jueves, 20 de junio de 2013

El Padrino, procesiones y piernas de mujer.

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A ver. Vamos a lavarnos la cara y limpiarnos las gafas.

Hay cosas que, dentro del zapato de uno, no caben. Puede que en otros pies y con otros dedos, sí. Pero a un servidor, no. Y esas cosas son innegociables.
No beber -de verdad- antes de las cinco, no quitarse la chaqueta en las bodas y nunca dar la mano a un pistolero zurdo son algunas de ellas.
No por capricho, ni por chovinismo con respecto a los demás, ni por un exceso de ego hedonista.

Simplemente porque creo en ello. Y ya.

También creo en la sabiduría de un sastre y en las camisas a medida. En el queso fuerte, en que el mejor vino no es siempre el más caro, en la palabra de los hombres y en los tratos que se sellan con un apretón de manos.

Y que el café ha de ser como el sexo. Caliente, fuerte y en la cocina.

Y en todo lo que sale en "El Padrino". Que es una puta obra maestra, dicho sea de paso.

Sobra decir que en la saga el concepto "respeto" está latente en cada fotograma y en cada palabra del guión. A la familia, a la mamma, a la sangre, a la iglesia, a los cannoli y a las albóndigas como pelotas de tenis en los espaguetis con tomate. Quizá no se respete mucho a la mujer de uno, con lo de las amantes y tal, pero es la madre de tus hijos y, como va la cosa, lo tiene clara todo dios. La madre de tus hijos es la madre de tus hijos y las amantes son solo eso, un pasatiempo. Preguntadle al cuñado de Santino, el tal Carlo Rizzi, que se atrevió a irse con la amante y, encima, le puso la mano encima a Connie, su mujer. Ojo, espera un momento, me ha parecido leer 'respeto a la iglesia', ¿es cierto?. Sí, eso he dicho. A la clásica, de bautizos en latín, mantillas negras en los duelos, sufrimiento en silencio y faldas por debajo de la rodilla. 

Y eso que aquí nos gustan las piernas, los tacones, los escotes y los pelos enmarañados entre las sábanas.

Pero cada cosa tiene su lugar.

Usar las procesiones y cualquier acto religioso solemne para lucir palmito y saludar al vecino es algo que debería estar penado con algo infame y que bordeara los tratados internacionales. Con esas combinaciones de colores, con esos vestuarios más dignos de comunión provinciana que otra cosa, que sirven igual, según el pensar, tanto para poner caliente al primo medio tonto, como para honrar al patrón. Y por ahí no.

Porque para zorrear están las tarimas. Y para saludar, los balcones y las carrozas.

Y vale que aquí andamos a favor -mucho- de todo aquello que nos alegre la vista y alimente el espíritu. Pero también nos gusta comprobar que existe diferencia de vestuario, semblante y actitud entre una procesión y cualquier sesión del XL, más allá de llevar un cirio y caminar entre calles adoquinadas.

Al pan, pan y al vino, vino, señoras. Si pretenden serlo, claro.

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