El estilo. Esa palabra, asociada a ropa, egobloggers, actitud y, últimamente, al deporte. Aunque más concretamente al fútbol y de eso va este post sin ir del todo. También hay libros, tíos interesantes y damas. Así que, cumplidos todos los perfiles, tocará remangarse.
Unas gentes de la tierra de Blasco Ibáñez, allá por el 1919 plantearon juntarse para dar afición a eso de darle coces al cuero de vaca redondeado, imitando a los gentleman ingleses y haciendo más espesa la mancha de aquel deporte llamado balompié. Decidieron vestir con elegancia y se decantaron por el negro y el blanco para uniformarse, pelear noblemente y todas esas gaitas que tanto le gustaban al Barón de Coubertin y sus cinco anillos multicolores.
Luego, ve tú a saber porqué, subieron un nivel al llevar su elegancia y su estilo a un punto más impoluto, dejando el negro para ocasiones especiales y el luto. Podemos fantasear y barnizar de literatura de ficción este post y teclear, sin conocer el rubor, que alguna amante ávida de poder, probando sí su influencia en la cama se podía traspolar a las decisiones del infeliz encaprichado a sus artes de alcoba, le sugirió este cambio, quien sabe si tentada para montar una mercería como negocio del futuro. Vamos, medirse la polla sin tener una idem, para entendernos.
Y con eso andaban los colegas de nuestros antepasados, con delanteras eléctricas al Mundo, labradores internacionales con maletas llenas de comida por si acaso, porteros sentados en el larguero con un par, copa arriba, copa abajo. Campos anegados en el 57, tragedias en la carretera, estrellas de ébano, pasaporte al extranjero y reinados allende los Pirineos. El único Matador y leyenda en la final mundial de los papelitos. Nosotros ya vivimos el añito, sí, solo uno, en el infierno cuando don Alfredo molaba y era un poquito de los nuestros, viviendo independientes la Giralda copera del murciélago del escudo, las lagrimas europeas por duplicado y la recuperación de la alcurnia frente a seres de otra galaxia con lámparas y mesitas como armas de pasión y sentimiento.
Y todo esto vestidos con elegancia, sí, lo repito a sabiendas, molando mucho, incluso manchados de sangre, porque no hay nada que mole más que vestir todo de blanco hasta la copa. Si tienes huevos de vestir como Dios en las pelis, si eres capaz que tu vestidor sea un monocromo de fiesta ibicenca, es que tienes personalidad. Mucha personalidad. Personalidad que rebosa, que sale de los bolsillos, que contagia, que enamora, que seduce, que hace creer a las mujeres que eres el semental deseado. O a los hombres, que para gustos, literatura erótica y flores tiene el campo.
Te mantienes fiel, lo has mamado desde pequeño en casa. Cambias esto solamente para tener la elegancia de las solapas perfectas, pajarita en su sitio y lucir palmito de smoking. Tú, que eres un tío con principios, que cuidas hasta el mínimo detalle y te alteras cuando una puntada del dobladillo se declara en rebeldía.
Y por eso te jode que te cambien el libro de estilo, que el blanco estaba bien y que el smoking es acertar seguro, que lo clásico es lo que te ha hecho triunfar siempre y levantarte con alegría después de una noche acabada en gol. Que los tiempos cambian, dicen, que el gintonic ahora lleva pepino, canela y azafrán, cuando siempre ha sido hielo y poco más. Que además a ti te la sopla porque has sido siempre de escocés con agua. Te jode que el nuevo sastre te dice que se llevan los colores vivos, las solapas maxi, los cuadros y las rayas, las faldas para hombre un día y las chupas de cuero vintage otro. Y te genera dudas, y te obligas a ver El Padrino, a ver a Newman y su leyenda del indomable para reafirmarte que sí, que tú eres clásico, que así has vivido alegre treinta y pico años de los noventa largos que tiene esta moda llamada Valencia Club de Fútbol y que no hay mentalidad ganadora que valga.
Señor sastre, suerte en su nueva colección, aquí intentaremos seguir llevando nuestro smoking. Manteniendo un estilo.
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