Leonard Cohen, Príncipe de Asturias de las Letras. Así, en crudo. Como una hostia de esas que pegaba el secundario de lujo de ‘Resacón en Las Vegas’ cuando era deportista antes de comer orejas. Entre eso, y el éxito televisivo por decimoquinta vez de la historia de la Cenicienta moderna, da para garabatear nuevamente en la libreta. Esto tendrá dos consecuencias en esta España, y en la de al lado. Primera, llenamos telediarios, hojas de periódicos, blogs, aquí un ejemplo, y no sé si tertulias de radio, con la historia romántica de la Roberts y el budista canoso, debatimos sobre la mejor frase de la peli y supongo que alguno tratará de recordar cuando, donde y con quien la vio en el cine. Porque yo lo he hecho. Eramos jóvenes, más que ahora, y sobornados por el novio de su hermana, un amigo y yo tuvimos sesión de cine, pollo frito y concierto al aire libre. Disfrutamos más con las dos ultimas cosas que con la primera, supongo que al revés que el novio de la hermana de mi amigo. Y este país descubrió musicalmente para las grandes masas a Roy Orbison, muerto dos años antes y dando un poco de lustre, gafas negras y rocanrol a la década de los noventa.
Y segunda, el bohemio canadiense elevado a príncipe. Bueno, más bien a premio de príncipe. El tipo raro, flacucho, fumador, fotogénico hasta decir basta y con voz ronca macerada por buenos licores de malta, o lo que cojones beba que no será agua con gas, poeta antes que músico, seguro, y que, inspirado en lo corriente que era, y es, Dylan, se tiró al ruedo de cantar. Y cantó. Como nadie. Aunque se mire al ombligo mientras lo haga (¿o ese fue Dylan?). Y sin verlo ni leerlo, viene el pelotazo del tío Leonard en España. Los guays se llenaran la boca y presumirán de sus vinilos y de las veces que lo han visto en lugares exóticos como París, Luxemburgo o la Extremadura profunda, al mismo tiempo que agradecerán con la boca pequeña el reconocimiento, y será trending topic de los molones y tema de tertulia en las acampadas de las plazas de nuestras ciudades. Y pasaremos una semana más en este país, reconociendo a poetas, millonarios sin escrúpulos, pero con corazoncito, y putas. Real como la vida misma.
Y segunda, el bohemio canadiense elevado a príncipe. Bueno, más bien a premio de príncipe. El tipo raro, flacucho, fumador, fotogénico hasta decir basta y con voz ronca macerada por buenos licores de malta, o lo que cojones beba que no será agua con gas, poeta antes que músico, seguro, y que, inspirado en lo corriente que era, y es, Dylan, se tiró al ruedo de cantar. Y cantó. Como nadie. Aunque se mire al ombligo mientras lo haga (¿o ese fue Dylan?). Y sin verlo ni leerlo, viene el pelotazo del tío Leonard en España. Los guays se llenaran la boca y presumirán de sus vinilos y de las veces que lo han visto en lugares exóticos como París, Luxemburgo o la Extremadura profunda, al mismo tiempo que agradecerán con la boca pequeña el reconocimiento, y será trending topic de los molones y tema de tertulia en las acampadas de las plazas de nuestras ciudades. Y pasaremos una semana más en este país, reconociendo a poetas, millonarios sin escrúpulos, pero con corazoncito, y putas. Real como la vida misma.
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