La calle se llena de aromas. Por una acera, a capirote, pasión y sentimiento. Por la otra se huele a anhelado sol, calma y joie de vivre. Alguien nos recordó que este país es diferente, o cada vez más parecido a Obamaworld, con la censura de las tetas electoralistas, en los días previos a El Imperio Contraataca, es decir, la segunda parte de la guerra de las galaxias balompédica. Descubrimos una nueva Biblia y nos abonamos a las buenas maneras de servir una copa como Dios manda, si Dios fuese bebedor social. Reinvindicamos el maridaje de la cerveza de gama baja con gaseosa para rebajar sin miedo el calor de pensar en esas marcas blancas del short y los tirantes en las pieles tersas que se cobijan en las orillas del Mare Nostrum, y que nos marcan la frontera del territorio virgen y sabroso. Apuntillamos de una vez, como si fuésemos hijos del albero, la vida de Belushi, en un final que puede ser el tuyo o el mío y que, no por anunciado, deja de ser doloroso. Descubrimos a Nick Curran, gracias a Igor, sin él saberlo. Y nos trasladamos a la última tarde con calma y pasión silenciosa de la pluma del maestro, mientras pierdo el pasaporte para cruzar furtivamente tu frontera pálida no profanada por el astro, abriéndome paso con surcos dibujados con mis labios, intentando llegar a aquellos otros tuyos. Es Semana Santa en mi alma, pero en mi cuerpo es de Pasión.
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