viernes, 25 de enero de 2019

Cheryshev como medida de la exigencia.

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Era en el pasado mes de junio. Finales, concretamente. En las fiestas del barrio, esas en las que alrededor de una mesa con partidas de cartas antes y después de la paella, mientras la brisa te arrulla y se pone de tu parte en la guerra contra los primeros calores, la pausa para ver el partido del Mundial era obligatoria. La Rusia de Cheryshev, en estado de gracia, no parecía excesivo rival por muy anfitrión que fuese y el hijo de Dmitri estuviese haciendo el campeonato de su vida. Ya saben ustedes que pasó después, con los penaltis y todo aquello. 
Por sorpresa, en ese verano, llegó la cesión de Denis desde el Villarreal de mi querido Héctor Molina. Buen complemento. Buenos recuerdos del Mundial y de su primer paso por Mestalla cedido, esta vez, por el Madrit, donde fue un soplo de aire fresco en aquella convulsa temporada 2015-16. Hasta que se lesionó, iba como un tiro. De ahí que su llegada era, por sus antecedentes mundialistas y valencianistas, a priori, una buena jugada.

Pero no. A pesar que con Marcelino hizo buenos números de groguet. Haciendo un símil rumano, vimos en el Mundial a Adrian y llegó a Valencia Sabin. Y no tiene visos de mejorar. Desespera al aficionado. Y la insistencia del entrenador a ponerlo por delante de Ferran, Kang In o cualquier otro, más desespera. En el principio de la temporada, había unanimidad con respecto al salto cualitativo de la plantilla. O muy residual el porcentaje de voces discordantes. Pero la reflexión ahora no es esa. Bien por la dejadez de los propios componentes o por la carencia en activar los resortes por parte del equipo técnico. Y se puede personificar esta decepción con el ruso. O con Batshuayi, en la rampa de salida.

¿Cómo es posible que un jugador cambie tanto de un lugar a otro? Es más, ¿cómo un jugador que con el mismo entrenador rindió a buen nivel, y ese mismo entrenador, en otro lugar, no sea capaz de exprimir su potencial? Probablemente la clave de esta temporada sea esa misma. El entrenador no ha podido, o no ha sabido, sacar los potenciales rendimientos individuales para el beneficio del colectivo. El año pasado, uno de los grandes éxitos de Marcelino era que estaban todos los jugadores enchufados. Si Mina fallaba, Zaza estaba con el colmillo afilado. Los centrales podían rotar sin problemas que apenas se notaba. Murillo, por momentos, parecía un patrón de los de verdad, con un cierto aire a aquel Otamendi de Nuno. Incluso Pereira tuvo su parte de cuota decisiva en algún tramo de la temporada.

Pero este año, todo por el sumidero. Quien sabe si es la preparación específica montada de diferente manera. O que le han pillado el truqui al mister. Pero lo bien cierto es que la exigencia no llega. Ni la competencia. Y el equipo se resiente. La mejora del equipo será en consonancia a los rendimientos que pueda ofrecer la denominada segunda unidad. Lo que antes era el fondo de armario o más antes, los suplentes.

Cheryshev como unidad de medida de la exigencia del entrenador respecto al grupo. No desperdiciar el talento, por mínimo que parezca que sea. Que no lo es.

viernes, 18 de enero de 2019

La copa rota del Valencia CF.

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Hay una canción de Los Rodríguez que se llama 'Copa rota'. Realmente la versión es de Benito de Jesús, pero servidor escuchó primero la versión del grupo de Ariel y compañía. En ella, con la voz desgarrada, Calamaro canta el drama de un corazón roto que solo quiere beber, a pesar de sangrar por la boca al la copa de vino rota de un bocado por la rabia. La versión original es un bolero, pero Los Rodríguez le dan un toque cercano a música fronteriza de la zona donde Trump quiere poner un muro.

Pues oigan, esta canción me recuerda bastante al momento en el que está el Valencia CF. Desasosiego y algún momento de tristeza en las declaraciones de Marcelino. Y ahora puede introducir al libreto de canciones el fado portugués y la ranchera mexicana, vistos los movimientos que se presumen en la ventana de fichajes de enero y las nacionalidades de los implicados. Que bonito concepto, 'ventana de fichajes'. Mucho más bonito que 'mercado de invierno', donde va a parar.

También, por esas analogías de la mente, el titulo evoca a la competición del pasado martes. La Copa del Rey es, para este Valencia que sigue buscando su brújula deportiva, como ser protagonista de un bolero o una copla. Sí te quiero, pero no te quiero. O, como diría Sabina, este Valencia CF daría la vida entera por la Copa, engañándola un rato cada día, es decir, no queriéndola con la boca pequeña.

No quiero decir que el Valencia tenga que mirarse en el espejo de la Juventus, cuyo entrenador dijo en la previa de la Supercopa italiana que el equipo ha de salir a ganar todas las competiciones por ser quien es. Pero tampoco se debe verbalizar públicamente si se infravalora tal o cual competición. No creo que sea necesario tirar de nostalgia, pero supongo que las copas del 79 y del 99 fueron una gozada para el valencianismo. Y esas declaraciones, entendibles por el estado deportivo y tratando, de alguna manera, de liberar presión al equipo y sus técnicos, no han sido de las más acertadas. Ojo, no se trata de pasarse al lado de los ofendidos. Usted, yo, mi tío o su vecino de pase queremos que el Valencia CF lo gane todo en todos los partidos que juega. Hasta el Trofeo Carranza. Pero nuestra pasión a veces choca con la realidad y la gestión de esfuerzos y recursos, donde se precisa tomar más distancia y minimizar riesgos. En breve puede que encuentren encuestas que les pregunten si prefieren ganar la copa o ser cuartos en liga, solo por el mero hecho del beneficio económico que esto último conlleva. Porque el fútbol moderno está montado así. 

Aquellos tiempos ya no volverán. Las eliminatorias de copa donde un miércoles era día de fiesta porque ibas al Luis Casanova. Con el bocata debajo del brazo y el lujo de tomar refresco entre semana. Con los mayores del sector 3 y 4, donde ahora está la Curva Nord, repartiendo pasteles y café hecho en casa. Y esa botellita para refrescarlo, que no tenías ni idea de que era pero que permitía al tío Juan sacar un do de pecho en pleno mes de enero con tres botones de la camisa desabrochados ante el enésimo fallo de, digamos, Jon García, por decir uno. Y te acostabas tarde. Y te levantabas somnoliento porque habías dormido poco. pero te daba igual, porque aquel Valencia tuyo, de tu padre, de tu hermano o de tu tío, con muchísimo menos oropel que el de ahora, había pasado la eliminatoria contra, digamos, el Zaragoza. Y cada pequeña victoria, te sacaba un cachito de orgullo hacía afuera.

viernes, 11 de enero de 2019

Mateu Alemany y el fútbol moderno.

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Pues Mateu Alemany habló. E hizo lo que todos pensábamos que iba a hacer. O, por lo menos, lo que servidor pensaba. Es entendible que la mayoría quiera sangre vistos los antedentes en este mismo año de United y Real Madrid, por mirarse en un espejo o de Villarreal, Real Sociedad y Athletic, por mirarse en otro más próximo a la realidad. Y el mensaje fue claro, Marcelino sigue. Bueno, claro, claro, si quieren tampoco, porque un poco más de contundencia no hubiese estado mal. Pero confio que esa contundencia esté más que clara de puertas para adentro.

Es evidente que el fútbol ha cambiado en todas sus plazas. La inmediatez de los resultados impera en el mundo de este deporte. Ese reducto que era Inglaterra, con Fergurson y Wegner como inquilinos casi perpetuos de los banquillos de United y Arsenal, ha terminado. Probablemente por la entrada de capital de fuera de las islas en los propios clubes y una nueva manera de ver este juego que es más negocio que deporte. No sé a ustedes, pero a mí me sorprendió el cese de Ranieri al año de haber ganado la liga con el Leicester, que no se entiende de otra forma si no es por una impaciencia impropia del británico y por pensar, erróneamente, que todos los días son fiesta. Curiosamente, como muchos piensan del Valencia, cuando la historia dice justo lo contrario. De ahí que los festejos molen más cuando se toca chapa.

Quero pensar que el Director General entiende el fútbol de esa otra manera. La de la pausa, la del tiempo y, sobre todo, la de economizar y amortizar los gastos. Los más viejos del lugar recordarán las bandadas de Gil y Gil triturando entrenadores en sus principios y, cuando le llegó la calma, vete tú a saber si asesorado por alguno de sus hijos, rascó doblete. La fuerza del club reside en la continuidad, la confianza y el mirarse a los ojitos cuando vengan mal dadas. Yo lo entiendo igual, por eso en todas las encuestas que se han hecho en estos días, por medios de comunicación y particulares, he votado por el NO con respecto a la pregunta del cese de Marcelino y su equipo.

Espero que Mateu Alemany se haya sentado con el asturiano y le haya dicho que tiene el respaldo, cosa obvia, pero que hay preocupación. Que en verano se entró a todas sus peticiones y, a pesar de todo, el equipo no avanza. Que no se quieren más excusas de campos helados, lesiones de pilares ni gaitas. Que vuelva a trabajar como el año pasado, o diferente, y saque el máximo rendimiento al grupo. Que reconduzca el vestuario sin distinciones para estar entre los seis primeros de la clasificación. Y si no lo consigue o no se ve capaz, que se mire en el espejo del Pitu Abelardo, cuando entrenando al Sporting se marchó por no verse capaz de salvarlo sin cobrar ninguna clase de finiquito. Lo otro, sería propio de mal estudiante vacilando a sus padres por sus malas notas.