martes, 24 de septiembre de 2013

El ritmo del garaje. 30 años después.

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Aviso a navegantes, o sea a lectores. Descontando el título de esta entrada, que no podía ser otra, lo que sigue a continuación es un arrebato de tecla sin testeo previo, sin documentación en redes ni nada que se le parezca. En este lunes huérfano de The Newsroom y vista la oferta convencional, consideraba oportuno darle al corazón desde dentro de las yemas de los dedos.

Y a eso vamos, joder.

Es aventurado, suicida, e incluso un poco irrespetuoso, el añadir una sola coma a la excelente presentación que hizo Eduardo Guillot en el Nueve Tragos para celebrar que tenemos más de treinta. La banda sonora de nuestras noches de Vespino, mitgets de Bacardí con cola y primeras tetas por debajo de la ropa de colegiala forma parte de nuestras vidas. Y muchas de aquellas decisiones, algunas tomadas desde la pernera de nuestros pantalones, nos convierten en lo que somos ahora, para bien o para mal.

Pero eso es vivir. Elegir, equivocarte y asumir las consecuencias.

Y este disco, sin saberlo quienes lo parieron, no deja de ser una hoja de ruta. En estos treinta años nos miraron mal los padres de nuestras novias, lloramos con nuestros Cadillacs que tenían forma de ciclomotor, por no olvidar a la Nena, queríamos camiones y nos gustaban las chicas raras como María o su prima Linda, que nos presentarían después. 
Y aunque nos creíamos invencibles, la hoja nos marcaba el adiós prematuro de amigos arrancados de cuajo de nuestro lado porque, tarde o pronto, se paga el peaje.
Y todo este mapa lo hicieron unos tipos insultantemente jóvenes en cinco días mal contados, convirtiendo este 'El ritmo del garaje' en, al loro con esto, nuestro 'Exile on Main Street' patrio. Estudios de grabación donde pasaban 'cosas', la mítica Rockola donde pasaban 'cosas', juegos de palabras acabadas en -ina, francesas amables que relajaban, Ana Curra, Alaska y la movida madrileña antes del folklore. El caos convertido en arte de leyenda.

Todo esto fue, y sigue siendo 'El ritmo del garaje'. Una sorprendente creación que, a día de hoy, no deja de ser un misterio que llegase a buen puerto. Y una tarde de domingo, en el Nueve Tragos, vino un señor completamente vestido de negro, salvo por las canas y las marrones gafas de sol, y nos contó todo aquello. Lo poco que recuerda, según él, pero que es mucho. Y Eduardo nos condujo, con sus preguntas, a aquella época de tejanos rellenos, primeros besos y peleas. Y el señor de negro, que despierta ruidosos silencios allá donde pasa, con sus respuestas, nos hizo reír, recordar y emocionarnos con nuestra juventud de posters pegados en la pared en nuestras particulares Rocker Cities.

Loquillo y Trogloditas. El ritmo del garaje. 30 años después. Salud.

"Con cariño para el jefe Andrés, por el pasado, presente y futuro de nuestras vidas, y para las chicas del Nueve que son un diez"

lunes, 23 de septiembre de 2013

Alicia Álvarez. El título, como siempre, al final.

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Se levantó de la cama con cuidado, acarició la espalda del hombre.
Dejó el agua correr sobre su piel clara, se recogió el pelo en un moño oscuro, se puso el vestido blanco, salió a la calle, puso el coche en marcha, encendió un cigarrillo canturreó por lo bajo, llegó hasta la playa.
Lentamente anduvo hasta la orilla mirando alrededor.
Una niña jugaba sola. Se miraron y la niña, con la cabeza, señaló en una dirección.
Sonrió cuando vio caminar hacia ella a una mujer con un vestido también blanco, con el pelo oscuro, con la piel clara. Se miraron reconociéndose, y la segunda mujer echó a andar.
La siguió mientras se soltaba el pelo, convertidas ahora la una en una copia de la otra, saliendo de la playa la una en pos de la otra, subiendo la una en el coche de la otra, llegando cada una a la casa de la otra, acostándose cada una en la cama de la otra y acariciando cada una la espalda de otro. Intercambiando sus vidas, como habían acordado.
SUPERVIVIENTES

jueves, 19 de septiembre de 2013

Letristas invitados. Alicia Álvarez.

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Si son parroquianos de este rincón, saben que aquí el año nuevo es en este mes. El otro también nos mola, pero solo por la costumbre establecida de la lencería roja y comer tetas bañadas en champagne al son de las campanadas, para que no nos digan que somos unos viejos cascarrabias. En este maravilloso Septiembre empezamos cosas, libros, botellas o dietas. Buscamos nuevos secretos mientras callejeamos y le robamos nuevos besos a las camareras decentes, yo las vi primero, de nuestra ciudad.
Y dentro de aquello de empezar cosas, hemos hecho un hueco y vaciado un cajón, para que deje sus cosas hasta que ella quiera, a esta maravilla de dama, que lo borda con sus escritos, que deben ser conocidos por el mundo. Alicia, salida de un cuento de Carroll, aparecerá por aquí cuando a ella le venga en gana, que para eso tiene copia de la llave, y nos dejará trocitos de su talento.
Así que, damas -no sientan celos- y caballeros -no sean babosos-, les presento a Alicia Álvarez, a través de sus propias palabras, y una bella foto:

Escribo al igual que estornudo en primavera, a brotes, por una especie de reacción química o algo así, como nos pasa a muchos y, aunque admiro la capacidad que algunos tienen de glosar la realidad, lo que me nace es mirar por debajo, a través, del revés... Supongo que es reflejo del bosque que tengo en la cabeza y que me lleva a cocinar "platos raros" con los ingredientes de todos los días.
Poco más.
Montañesa y, por éso mismo, algo montaraz y ñoña a la vez. Canto cosas, me río mucho, tengo muchas aficiones y muy pocas manías, nunca digo nunca jamás, es raro verme peinada como Dios manda, me gusta ir descalza, odio que me controlen y adoro aprender.
Un día este Armario, como el de Narnia, se abrió y me reservó una percha. Me gusta tanto como escribes, Peris...
Gracias de esta leonesa en Valladolid, que trabaja para personas con discapacidad, (aunque no es importante, así remato la ficha) que canta por ahí y que ahora también escribe por aquí mientras sea capaz de llevaros de viaje al menos cinco minutos.


sábado, 14 de septiembre de 2013

La novela de Ramón Palomar.

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En este rincón, entre otras cosas, amamos el papel. La letra impresa, más bien. Aprender a leer con los tebeos de Ibañez, Escobar y demás artistas de las historietas de voces dibujadas con bocadillos. Crecer con los sonidos de la prensa caer en el viejo sofá de casa a modo de despertador, observar, de niño, como mis abuelas revisaban con paciencia las listas de papel de la lotería de Navidad, mientras voces nasales se intentaban escapar del pequeño transistor que las acompañaban en las tardes de mesa camilla. El papel, siempre el papel.

Y somos parroquianos de 'Las Provincias'. Por herencia, costumbre y placer. En esta tierra, o eres de uno o de otro, en lo que a prensa local se refiere. Antes existía la tercera vía, con la añorada 'Hoja del Lunes', que empezó a morir cuando el pacto entre caballeros de no editar prensa los lunes por parte de Levante y LP, acabó por fagocitar la cabecera semanal, no sin antes pelear con uñas y dientes, mutando a 'Hoja de Valencia', pero murió, con honor, siendo ahora un recuerdo nostálgico.

Después de este flashback de letras y prensa, volvamos al presente. A eso de que amamos el papel y a 'Las Provincias'. Porque en este medio, hace un porrón de años, asomó su careto un joven con aire rockero, con cara de perfecto secundario de película del Oeste, o de amigo del prota. Un tío listo, leído y viajado, que aparecía por sus páginas con columnas de carácter costumbrista, con un toque canalla a veces, y que creó una fiel colla de seguidores en mi casa y en otros lugares, visto el éxito. El tipo se llamaba, y lo sigue haciendo, Ramón Palomar y, como lo definí una vez al presentarlo en un evento, es un verdadero renacentista moderno. Televisión, radio, prensa escrita, todos estos palos ha tocado el bueno del 'Palo', aparte de dietarios, recopilación de sus columnas y juntamientos de palabras en libros, con presentaciones divertidas y que hemos leído con avidez cuando han pasado por nuestras manos. Y ahora ha hecho una novela

Una novelaza, el muy cabrón. 

Un contundente libro que habla de drogas, mujeres, puticlubes y balas, muchas balas, de pistola y vitales. Una novela que huele a exceso, a after, a bajos fondos, a cañerías de nuestra ciudad, que están aquí, con nosotros, aunque a veces no queramos mirar, como cuando giramos la cara al ver a un indigente. Con guiños a sus fuentes, referencias fáciles para el lector ligeramente avispado y un placer complementario al de la lectura. Una historia que habla de personas, respeto, supervivencia y amor. Sí, amor. No se extrañen ahora, el amor mueve el mundo, queridos. Ramón consigue atrapar al lector, meterse en la historia y buscar, entre sus páginas, al personaje favorito dentro de la trama, el que va a salir airoso, el ganador. Porque todos queremos ser ganadores. A casi nadie le gustan los perdedores. Ni tan siquiera Nicolas Cage en 'Leaving Las Vegas'. Bueno, igual ese si.

Palomar ha tejido una novela negra con banda sonora de rock, con un hilo narrativo electrizante y una construcción pormenorizada de los personajes, con sus antecedentes biográficos narrados con una patada atrás al tiempo que ayudan, o intentan hacerlo, a comprender los actos por los que transcurre la historia. Porque los actos que nos llevan a los caminos de Mauro, Frigorías o el Nene, no es que sean de rosas y vino francés, precisamente.

Tiene pintaca de peli la novela. Leanla e imaginen actores para interpretar a sus personajes, como hice yo. Y comenten, hablen con sus amigos acerca de ella. Es de kilates la obra de Ramón. De sesenta para arriba. 'Cultureta de derechas', dicen quienes hablan de él con el verde de la envidia. Algo tendrá el agua cuando la bendicen la radio, la tele y la prensa, ¿no? Y el movimiento se demuestra andando.

Sesenta kilos. Ramón Palomar. Salud y rock.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Fútbol de la gente. Fútbol regional.

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Vivimos en la era del consumo futbolero sin medida. Ese consumo que permite vender periódicos en la época de chiringuito y orilla de mar, con fichajes que son más el lobo del cuento de Pedro que otra cosa y que, al final, por insistencia y dinero, ya se sabe que ambas cosas son para las ocasiones, se acaban concretando casi en el tiempo de descuento. Hace ya mucho tiempo que lo mejor de la prensa del sector es la foto de la última hoja del AS, y cuando Manuel Jabois escribe de fútbol, aunque sea del Madrid.

Y si alguien opina lo contrario, soy todo oídos.

Entonces claro, los que necesitamos de nuestra dosis de balón tenemos que mirar con resignación los derroches de aquellos dos, lloramos ligeramente la marcha de los que llevaron el escudo del nuestro equipo de, ahora más que nunca, clase media y buscamos alivio en otros pastos, con menos glamour, carentes de canapés y con más verdad, o menos, según se mire.
Necesitamos nuevos héroes, alejados de las grandes portadas, de las microminiroturas fibrilares y tristezas, más bien contractuales que de espíritu, de la estrella inmigrante, que jura amor eterno mientras besa el escudo con el tintineo alegre de su cuenta corriente subiendo como la espuma.
Y estos héroes están en el cuarto o quinto escalón del balón, el que corresponde al fútbol de tercera o categoría regional, con entrenamientos de tarde-noche, después de las horas de curro de verdad, tras llevar a la hija al cole, aguantar reproches de jefes malencarados y otras cuitas del mismo color que cualquiera de nuestros trajes.

Y no es fácil ser ahora de los nuestros. Venimos de años de pelotazo regional al sol caliente de la burbuja inmobiliaria, aquellos que propiciaron grandes sueldos en estas categorías, amparados por la alegría de constructores sin escrúpulos con avaricias de las que rompen sacos, jaleados por políticos de dudosa moralidad que tan bien relata Chirbes en su 'Crematorio'. No fue todo malo en aquella época, los campos pasaron del marrón de tierra al verde artificial. La vida era Woodstock y el mundo San Francisco en los 60.
Pero eso acabó y la selección natural hizo seguir su ley. Gigantes con pies de barro crecidos a base de suculentas subvenciones, pequeños históricos entonando cantos de cisne a punto de dejar huérfanos de sonido el campo del pueblo, escuadras apátridas crecidas como champiñones al agua de la bonanza en B. Cambiemos estas causas por millonarios farsantes, pelotazos inmobiliarios, ayudas de gobiernos locales o autonómicos y tendremos los mismos efectos con diferentes causas. El hermano pequeño imita al mayor. Y no hubo otra canción que reinventarse, llegar hasta el fondo para salir a flote de nuevo. Volver a latir.

Es por eso que, desde ya y en la distancia, seguimos las andanzas de la U.D. Ceares, solo porque tiene un molón certamen literario y un aroma rock entre sus gentes. Buscamos la patria chica en nuestro equipo de pueblo que, en mi caso, no es otro que Catarroja, que vibra con más fuerza que nunca ahora por obra y gracia de los matrimonios de conveniencia bien avenidos, con la alcurnia que le dan los hijos del barrio de la Boca.

Y quizá, solo quizá, por estos azares del destino, por la literatura unos y por la locura de otros que, por sus hechos, parece que hicieron de aquí su casa para quedarse, dejando en involuntaria evidencia a los parroquianos del lugar con grandes palabras y escasos movimientos, podemos tener deporte a la hora de la merienda del sábado, o a la mañana dominical. Ese deporte importado por los ingleses, que ellos llamabán foot-ball y que adoptamos románticamente con el nombre de balompié.

Y que se joda Roures y sus horarios.
Viva el fútbol regional.