Foto: www.valenciacf.com
Con este Valencia CF es muy difícil no animar. Al final, la cabra siempre tira al monte y el sufrimiento unido a los goles en el alargue hacen casi imposible no gritar, aunque sea de manera gutural. Gritos guturales hay en todos los campos y a todas horas. Incluso en todas las categorías, consolidando una fea costumbre de gritos despectivos que se instalan para siempre en las gradas. El último ejemplo estuvo en el campo del Rayo donde algunos aficionados, especialmente dos, se cebaron en aspectos personales de Marcelino con deseos de mal gusto. Supongo que aquello vendría dado por algún recuerdo del pasado con daños colaterales. O quizá no. Quizá sea una manera como otra de entender el fútbol. Es generoso el fútbol, porque admite por igual a Viggo Mortensen, Quique González, Andrés Calamaro o Albert Camus y a los eslabones perdidos de la evolución de la especie humana. El fútbol permite a Panenka y Líbero pero también al Marca que dirigió Inda o las patochadas de Roncero en AS.
Puestos a elegir, si desestabilizar es la motivación, prefiero el ingenio. La retranca y la ironía también están permitidas en esto de los cánticos. Recuerdo que, siendo entrenador, uno de mis jugadores llamó 'casi feo' a un contrario. Y me pareció maravilloso por el requiebro y por la posible interpretación que podría obtener del receptor, dándole por los dos flancos de la vanidad y la lástima. Pero, salvo contadas excepciones, poco oasis en el desierto. Llamar RiBer a River Plate para recordar su descenso a la B me parece un ejemplo magnífico de como hurgar en la herida y hacer que no se cierre nunca. Pero el parroquiano de bar, de arena mojada y de peligro al filo de una palabra no entiende de retórica. Se lanza a la palabra burda y sucia. Hijo de tal y cagarse en la familia como grandes éxitos. O desear la muerte de allegados. Daría para estudio sencillo. El individuo abrigado por la masa se siente impune. O peor aún, puede llegar a entender que la entrada y su precio le dan derecho a una bacanal de insultos en barra libre hasta llegar al éxtasis vocal, con venas hinchadas, cuerdas vocales forzadas y cinco minutos de fama por obra y gracia de los medios.
Ahora tocaría decir que no toda la afición del Rayo es así. Que seguro. Y es fútbol, no ópera. Pero claro, luego llega Martín Presa, como presidente del Rayo y poco más que les da cuatro cachetes a los pillados y te planteas tus principios. Y si, con ese corporativismo madrileño tan castizo que tienen, dice que "yo prefiero que entre el Getafe en la Liga de Campeones, que consiga ese cuarto puesto", pues solo deseas que el Villarreal se salve de la quema en la que está metido y que el Levante no se meta, a partir de la próxima semana, claro.
Quiza no habría esa malentendida fiebre en las gradas si se hubieran zampado el libro de Nick Hornby. Hay incluso película. U otro cualquiera. Si no se ven duchos en la materia, que arranquen con poco. Con este artículo, por ejemplo. Un poco presuntuoso en el título, pero con buen fondo.
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