viernes, 24 de agosto de 2018

El ciclo valencianista sin fin.

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Lo habrán visto ustedes. Marca Rodrigo un golazo que supone el empate y el objetivo de David González capta la esencia. Un padre levanta a su bebé de cinco meses. La euforia del gol. La devoción por unos colores. Levanta. Ni zarandea, ni lanza al aire ni cualquier otra burrada por el estilo. Levanta. Como hace usted o yo en el parque o en el sofá de casa. Y no van los servicios sociales a llevárselo. Como tampoco lo hacen con aquellos que dejan, de mano en mano, a nanos para que 'toquen' el manto de la Geperdudeta. No sean meapilas. Ustedes saben, y si no yo se lo digo, que en la grada normal de un campo de fútbol, el mayor peligro es que te den un balonazo. Y si eso pasa es porque no se está atento al juego. Yo flipo con las sensaciones que habrá vivido esa familia, al completo yendo al templo. Y ese nanete, el del fútbol, va a ser de los de su colla el que más pecho saque cuando en la piscina o en el parque de Villamarxant se saque a relucir quien fue el más joven en ir a Mestalla. Cinco meses. Toma ya. Y estuvo en un golazo. Quizá el de Rodrigo sea su propio gol de Forment. Estando, que estaba, no se acordará más allá de las cosas que le puedan contar sus padres o su hermano mayor, que también estaban allí. 'Y el balón estaba muy arriba. Y Rodrigo, que era de los mejores y lo quería el Madrid, saltó, se paró en el aire y bajó la pelota con el pecho para meter un golazo casi por la escuadra'. Y el nano soñará con ese gol. Y si lo busca en YouTube, o en cualquier plataforma de vídeo cuando tenga edad para ello, siempre podrá decir que ese fue su gol.

Más allá de debates infantiles, la imagen, digna de enmarcar, es una metáfora clara del repunte de la ilusión del valencianismo. Ya saben la historia. Años duros, mala gestión inicial de Meriton y la doble M que llega para mandar junto con un presidente con perfil diplomático que ocupa su lugar. Fuertes como institución, no dejándose doblegar ante los grandes de siempre con una cosa tan simple como defender y poner en valor sus activos. Ni más ni menos. Mestalla, un lunes, con 46.174 espectadores y nanos que, como nuestro pequeño protagonista, debutaban en la grada. De eso se trata. De perpetuar el sentiment. De rescatar esas historias familiares, que son igual de bonitas o más que la de cualquier aficionado a más de 700 kilómetros de la Avenida de Suecia. De cuidar al tipo que se casca una hora en coche para ir y otra para volver que parecen dos cuando el cabreo de la derrota va como pasajero. Y vivir este año como único, porque igual el año que viene las cañas se tornan lanzas y comienza la temporada en julio, jugándose la vida contra equipos eslovenos para entrar en una Europa League que solo mola si vienes de la fase de grupos de la Orejona.

Vivan el año que recién comienza con sonrisa de pícaro. Como la de Ferran. O la de todos los niños que apuran uno de sus primeros veranos y van por los parques y paseos marítimos con sus zamarritas valencianistas.

Bienvenidos de nuevo a este rincón.

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