viernes, 10 de noviembre de 2017

La alegría del quiosquero.

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Llego al trabajo de lunes a viernes a las 6.45 de la mañana, minuto arriba, minuto abajo. Enciendo el ordenador y, mientras arranca el sistema operativo de turno, cojo una cápsula de café, caliento agua y me arreo un tazón de negro potente para acabar de despertar. Mientras realizo mi habitual snap de todas las mañanas (cuentra de Snapchat: srperis) reviso el correo como el que no quiere la cosa y me pongo a las cosas de la tecla más farragosas, como dicen los gurús del rendimiento laboral. Soy de los primeros en llegar y con todos los que pasan por mi oficina no paso de un correcto 'Buenos días', excepto con él. Con el quiosquero.

Servidor es de costumbres antiguas. Mezcladas con modernas. No uso e-book pero leo mucho a través de la pantalla, las noches y las siestas son con walkman en las orejas, pero la música suena por Spotify y la tinta del periódico en los dedos y su olor es mejor que cualquier fragancia de Hermès en el cuerpo de mi mujer. Bueno, eso no, pero ustedes ya entienden las analogías por donde van. Y creo que la prensa en papel no morirá nunca, aunque esté leyendo esto a través de su teléfono inteligente o tableta. Y que ser quiosquero es la profesión más romántica que puede haber en esto de las transacciones entre escritores de prensa y lectores finales. Trasladar las letras al destinatario, como si de un cartero para enamorados se tratase y ver la vida pasar, entre papeles y tinta fresca. No digan que no es algo simple para alcanzar la felicidad.

El quiosquero, les decía. Llega sobre las 7.30, con la prensa diaria de la provincia de València. Los dos de información general y el deportivo que comparte prefijo con aquel programa nocturno de José María García. Y el semblante con el que llega a dejar la prensa de cualquier día es diferente al de los dos últimos años. Al habitual, y casi obligado, comentario del tiempo o del día de la semana, este año se añade el positivismo de la racha del Valencia. Hablamos de la previa o intercambiamos una microcrónica del último partido, mirando ya sin disimulo al próximo banquete balompédico al que, de momento, nos invitan semanalmente los chicos que dirigen Marcelino y Uría, sin miedo a morir como Sangonera, de fartera de goles. Demasiado tiempo estuvimos a dieta estricta de penas y sequías. Cambios de entrenadores, que eran el atisbo de esperanza del que quiere que todo salga bien en su equipo aunque sea un disparate. Ánimos desde mi visión táctica optimista ante cualquier tibio haz de luz en aquel invierno eterno del Valencia a. M, antes de Mateu, que supo elegir bien al patrón que enderezase el timón para evitar más bandazos que acabarán por encallar este trasatlántico del bar Torino.

Porque esta alegría de quiosquero es igual a la alegría de este servidor de la tecla o la suya, lector. Es la que ha propiciado que el domingo sea día de fiesta, entendiendo el domingo como el día clásico del partido. Pero ya nos da igual que sea viernes, sábado o lunes porque vamos bien, como un tiro. Bueno, que nos da igual es una forma de hablar. Saben que esta locura de horarios sin previo aviso es un sinsentido, por muy bonito que sea pegarse un buen esmorzar el sábado por la mañana y llegar bien provisto de reservas a Mestalla sin que ruja el estómago cuando sean casi las tres de la tarde. Y aunque aquí haya sido protagonista mi quiosquero, esa alegría contagiosa la habrán tenido en la Sevilla de mi admirado Jose Lobo cuando iban a comprar aquellos ABC con portadas tan bonitas de Zamorano, Maradona o Kanouté. O en la Granada de Javi Martín. Incluso en su Santander natal o Madrid adjudicado, el bailarín nocturno de Javier Aznar también puede que haya compartido la alegría de su quiosquero después de una racha para campeonar. Porque los quiosqueros no entienden de libros de estilo, ni de líneas editoriales. El quiosquero elige una trinchera y a ella se aferra. Y si coincide con los gustos de sus parroquianos adictos a la tinta fresca y al tacto del papel, doble alegría. Y si no es así, un poco, aunque sea un poquito, las victorias del equipo local son también sus victorias porque significa más ventas, más tintineo de caja.

Él probablemente no leerá esto, pero mi quiosquero se llama Tadeo. Por su alegría y por la de todos los Tadeos del mundo, salud y rock and gol tengamos todos.

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