Foto: Davidog @biridibaba
Siempre he pensado que el principal perjudicado que no se permita fumar en los locales es la música en directo. Porque hay conciertos en los que la música necesita de la penumbra del humo para que todos los sentidos se toquen entre ellos como de una orgía apocalíptica se tratase. Está claro que en este hipotético maridaje no entran todas las músicas. La lisergia y los vicios pueden variar según el genero musical. Y si aceptamos cualquier sesión de pinchadiscos como concierto, a ojos de este entendedor, el tabaco está de más.
El rocanrol bien ejecutado, el blues al piano, las canciones de Janis o cualquier acústico con temas de los Stones son lugares válidos para encenderse un pitillo, pedir otra copa y mover el pie al compás.
Mientras espero a Lobo, guitarrista de Los Perros del Boggie, con quienes hay un asunto pendiente, hago memoria de la última vez que pisé una sala. A otras cuitas me había dedicado en este tiempo y, tratando de retomar el paso, me saco la espina de ver a este blanquito con alma de negro -¡toma topicazo!- que se me escapó una tarde de verano en La Malvarrosa. Porque esta noche vamos a ver en directo a Jimmy Barnatán y su banda, The Cocooners.
La bonita 16 Toneladas tiene la gente justa, ni más ni menos que los que, en un principio, son necesarios. Aunque no pasarán con posterioridad todos el filtro, para ser un jueves del ¿frío? enero valenciano, no está nada mal. Salen The Cocooners, metiendo melocotonazos de buenas a primeras a ritmo de funky, para comenzar a desgranar los temas de Barnatán compilados en sus proyectos con la Back Door Band y ahora con esta misma banda, donde el maravilloso disco "Room 13", con colaboraciones de nivel y cortes de radionovela, también tiene su cuota de protagonismo.
Al poco de comenzar el concierto, nos encontramos con Héctor Ibañez, uno de los tíos más polifacéticos y legales de la noche rockera valenciana y con quien siempre es un gusto tomar unas copas y charlar de lo divino y de lo humano. Estamos los tres de acuerdo en que la banda suena como un cañón, con Sergio Rodríguez mostrando en la guitarra su mano para el blues y Rubén Rodriguez, baterista, y Dani Simons, bajo, ofreciendo la réplica rítmica con contundencia a una voz, la de Jimmy, que marca el tempo vocal, con un registro fantástico de raíces de gospel y registros a capella, curtidos en cualquier calle de Santander o Nueva York.
Si giramos el objetivo y enfocamos al público, nos encontramos con que era bastante peculiar. Como en botica, había de todo. Jóvenes que no lo son tanto riendo los chistes Barnatán sobre cuñados sin tan siquiera sospechar que ellos mismos lo son, chicas bailando desatadas cualquier ritmo y con cualquier coreografía y personal sin otra intención que pasarlo bien y regarse el cuerpo con varias cervezas para poder sonreír al viernes con mirada noctámbula. En una de esas paradas en las que el cantante cuenta alguna de las historias inspiradoras de las canciones, pasó por delante nuestro una dama enfundada en unos pitillo insertados a presión que nos recordó uno de los motivos por los que nos dedicamos a esto de la nocturnidad canalla: sonreír sin maldad verdadera cuando vemos a las chicas bellas lucir palmito como si llevaran dentro al diablo. Mirar, pero no tocar.
La velada transcurre con un ligero tintinear de copas, mientras la banda muestra su solvencia en el arte de entretener. No es tarea fácil, aunque suene a eso. El engranaje está perfecto y las canciones de bares, amores y mujeres fatales nos trasladan a los lugares donde se crearon, a las barras donde se mojaron y a las camas donde se sudaron, cosa que no todos los que se suben a un escenario son capaces de conseguir.
Centrándonos un poco en el cantante, Jimmy Barnatán, cabe decir que demuestra un manejo de las tablas extraordinario. Su experiencia como actor es una buena carta de presentación para ello. Buen narrador de historias -tenía un blog en El Mundo tiempo ha del que servidor era lector asiduo-, como la que alumbra su 'Old Crown Blues' y buscando siempre la acción del público, como cuando bajó del escenario y se puso a cantar a ras de suelo, sentándose en él a modo de jam e invitando al resto a hacer lo mismo. Y entonces, todo fueron pantallas encendidas y vídeos en horizontal. Instagram llegó al rock, como antes a las mesas, para cortar la magia a golpe de pixels.
Y así acabamos la noche, tocando el cielo como chicos malos, abrazando el minibar. Componiendo canciones a licores baratos que a la segunda copa no lo son tanto y elevando nuestras almas a la satisfacción del blues, casi tan nuestro ya como de ellos. Porque mientras alguien pueda poner tres velas en la carretera por nosotros, todo estará bien. No estuvo nada mal pasar una noche con Barnatán, aquella vez en la que nuestros corazones latieron durante un instante fugaz al ritmo de los tacones de la chica de los pantalones pitillo.
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