Alguien cantó una vez: 'Con 18 son capaces de llegar al final, ya pasados los 30 han aprendido a esperar...' Aunque el juglar hablaba de las mujeres y sus problemas con ellas, puede valer para eso que los abuelos con boina, bastón y piropo añejo a las mozas que pasan por la puerta del casino del pueblo, nos contaban de las cosas de la edad.
Todo en esta vida tiene, o ha de tener, una evolución. El mantra de Forever Young queda bonito para la fiesta de los 80 a la que irás con kilos de más y pelo de menos. Pero ahí se acaba la historia.
Ejemplo fácil: empezaste el tema de los cubatas con el socorrido Licor 43 con piña y buscando arrimar cebolleta a una titi que mascaba chicle con el pelo apestando a laca y hombreras de NFL. Y ahora bebes gintonic, algún malteado o, simplemente, no bebes, y te pone más la charla de las siete en el café, mientras imaginas la lencería invisible de Agent Provocateur con un tacón bien puesto. O tiras de señoras, directamente.
Y sí, vale, que aquí se habla de rock & roll. ¿Pero hay algo más salvaje que las noches de saxo, contrabajo, humo, polvos marrones y alcohol? No.
Chet Baker, maldita sea. Y la Pfeiffer remoloneando encima del piano.
Las noches de esta semana tienen ese sabor, junto a la puerta de san Pedro. Que no es Ruzafa, pero menos da una piedra, y esta piedra es de agradecer. Se mezclarán, espero, lo divino y lo humano, el swing, el góspel y la madre que los parió.
Moveremos el tobillo, o la pierna entera, mientras seguro que nos vienen a la mente cualquiera de las notas de aquel Nueve Tragos, y nos ensoñamos con casinos, mujeres fatales, La Habana precastrista...
Pues eso, nos hacemos mayores, y ya no sabemos en qué creer.
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