Y se marchó. En España fue a mediodía, según las agencias, siendo mediodía las dos de la tarde. Y en ese momento, por mi ventana paró de llover, como si no quedaran lágrimas para plañir su viaje. Espero que Caronte adecente su barca, o mejor, que la cambie por una góndola con vestuario de carnaval veneciano y una botella de cristal bien frío esté esperándola. Porque ella se merece eso y más. Podría escribir mil cosas acerca de ella, los motivos por los que la vamos a echar de menos, hablar de su filmografía o citar su vestuario. Podría recordar sus inicios como estrella infantil al lado de actores de cuatro patas, como Lassie, y con una madre que descargaba su fracaso para encumbrar el éxito de su hija como gallina de los huevos de oro, su camino por el lado salvaje cuando se gritaba ‘corten’, con botellas de alcohol y sobrepeso, sus ocho matrimonios…
Podría hablar de sus dos Oscar, de su arrebatador glamour, cuando esta palabra aún significaba algo, de su amistad desinteresada con Michael Jackson, quizá la única sincera que tuvo Jacko, su activismo contra el SIDA desde que murió su amigo Rock Hudson, de Cleopatra, que será siempre ella…
Como dice Pereza ‘ya no se que contarte, que no te haya(n) contado ya’. En estas horas, han corrido ríos de tinta y sonar de teclados con su marcha. Incluso antes, ya que en un cajón de 'The New York Times' reposaba hace tiempo su obituario, modificado y revisado ayer mismo, justo cuando se descubre que un agujero negro devora a una estrella. Que bonita y tétrica casualidad.
Es vertiginoso hablar de ella. No es fácil sin caer en el tópico. Pero tengo su color metido en la cabeza, desde la primera letra de este texto. Aunque piense en Richard Burton y su tormentosa relación, con excesos, cartas de amor suicidas, noches sin fin y vajillas y jarrones hechos añicos. Incluso maldiciendo a Newman, más bien a su personaje, por sus desplantes en ‘La gata sobre el tejado de zinc’, y rebelándose, al no provocar el deseo en su marido, con aquello de “No vivo contigo. Ocupamos la misma jaula, eso es todo”.
Una mujer a la que, como a Marilyn, su gran rival en aquella época dorada del celuloide que ya no volverá, no querías imaginarla vieja, sino debajo de los focos, bella, joven, suave, con cualquiera de sus ocho maridos o de sus parejas en la ficción, pero no inerte en la cama, hinchada de drogas o en una silla de ruedas, como una cliente de Marina d’Or. Deseabas verla gritar, reír, desesperar y que te diga, aunque sea en sueños, que tú eras su hombre, y poder verla entre las sabanas por la mañana, natural, sin maquillar, sonriente y sin resaca ni mal humor. Porque no hay lugar para eso en los sueños.
Se han ido de golpe Martha, Cleopatra, Laura, Catherine, Leonor, la gata y la hija del padre de la novia. Una parte de la historia del cine de historias, con buenos textos y mejores actores, sin efectos, ni 3D, que tampoco hacían falta entonces. Una chica normal, que en el fondo igual solo quería casarse para ser feliz y que, intentándolo, dio carnaza, fama y aumentó su leyenda de grande con mayúsculas. Y sus ojos. Lo siento. Caí en el tópico. Ese color. Violetas. Hipnóticos. Legendarios. Irrepetibles.
Apuro las líneas mientras bebo algo y suena ‘La bahia’ de Igor Paskual, que es un trozo de un gran disco. Me gustaría decir que ese algo es un buen brandy o whisky, pero no lo haré. Y me viene a la cabeza aquello que escribió Ray Davies “desearía que mi vida fuese una película de Hollywood sin fin, un mundo de fantasía de héroes y villanos de celuloide porque los héroes de celuloide nunca sienten ningún miedo y los héroes de celuloide nunca mueren realmente”.
Vosotras tenéis al príncipe azul, pero nosotros siempre tendremos a Elisabeth Taylor. Mis respetos y mis lagrimas color violeta.
Podría hablar de sus dos Oscar, de su arrebatador glamour, cuando esta palabra aún significaba algo, de su amistad desinteresada con Michael Jackson, quizá la única sincera que tuvo Jacko, su activismo contra el SIDA desde que murió su amigo Rock Hudson, de Cleopatra, que será siempre ella…
Como dice Pereza ‘ya no se que contarte, que no te haya(n) contado ya’. En estas horas, han corrido ríos de tinta y sonar de teclados con su marcha. Incluso antes, ya que en un cajón de 'The New York Times' reposaba hace tiempo su obituario, modificado y revisado ayer mismo, justo cuando se descubre que un agujero negro devora a una estrella. Que bonita y tétrica casualidad.
Es vertiginoso hablar de ella. No es fácil sin caer en el tópico. Pero tengo su color metido en la cabeza, desde la primera letra de este texto. Aunque piense en Richard Burton y su tormentosa relación, con excesos, cartas de amor suicidas, noches sin fin y vajillas y jarrones hechos añicos. Incluso maldiciendo a Newman, más bien a su personaje, por sus desplantes en ‘La gata sobre el tejado de zinc’, y rebelándose, al no provocar el deseo en su marido, con aquello de “No vivo contigo. Ocupamos la misma jaula, eso es todo”.
Una mujer a la que, como a Marilyn, su gran rival en aquella época dorada del celuloide que ya no volverá, no querías imaginarla vieja, sino debajo de los focos, bella, joven, suave, con cualquiera de sus ocho maridos o de sus parejas en la ficción, pero no inerte en la cama, hinchada de drogas o en una silla de ruedas, como una cliente de Marina d’Or. Deseabas verla gritar, reír, desesperar y que te diga, aunque sea en sueños, que tú eras su hombre, y poder verla entre las sabanas por la mañana, natural, sin maquillar, sonriente y sin resaca ni mal humor. Porque no hay lugar para eso en los sueños.
Se han ido de golpe Martha, Cleopatra, Laura, Catherine, Leonor, la gata y la hija del padre de la novia. Una parte de la historia del cine de historias, con buenos textos y mejores actores, sin efectos, ni 3D, que tampoco hacían falta entonces. Una chica normal, que en el fondo igual solo quería casarse para ser feliz y que, intentándolo, dio carnaza, fama y aumentó su leyenda de grande con mayúsculas. Y sus ojos. Lo siento. Caí en el tópico. Ese color. Violetas. Hipnóticos. Legendarios. Irrepetibles.
Apuro las líneas mientras bebo algo y suena ‘La bahia’ de Igor Paskual, que es un trozo de un gran disco. Me gustaría decir que ese algo es un buen brandy o whisky, pero no lo haré. Y me viene a la cabeza aquello que escribió Ray Davies “desearía que mi vida fuese una película de Hollywood sin fin, un mundo de fantasía de héroes y villanos de celuloide porque los héroes de celuloide nunca sienten ningún miedo y los héroes de celuloide nunca mueren realmente”.
Vosotras tenéis al príncipe azul, pero nosotros siempre tendremos a Elisabeth Taylor. Mis respetos y mis lagrimas color violeta.
Jodo Peris, se me han saltado las lagrimas. No puedo imaginar un homenaje mejor que este...
ResponderEliminarSimplemente, ¡bravo!
ResponderEliminar