Nuestro director general es un buen tipo. Una persona que tiene pinta de haber trabajado duro, de haberse pelado los codos cogiendo moreno flexo, de haber tenido que aguantar las burlas de los zánganos de turno que solo buscaban ser populares y aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Por eso, al final, la vida le ha recompensado con una buena mujer, dos niñas preciosas y una posición que, en estos momentos, es más que envidiable. Yo nunca he sido el más en todo, mi disciplina no es la más espartana que digamos y, aunque así no venderemos nunca la bicicleta, soy un poco desastre y despistado en materias fatuas y farragosas. Pero no creo que haya sido el caso del director general. Por eso, él es quien manda, y no yo. Se debe tener una pasta especial, haberse curtido en mil documentos, muchas horas de estudio, trabajo y recompensa futura, no inmediata. Debe haber renunciado a muchos eventos nocturnos de copa fácil y chicas desinhibidas. Y aún así, aparentemente tiene todo lo que cualquier hombre puede desear, y lo que cualquier madre quiere para su hijo. Por eso, cuando el otro día, estando en nuestro pequeño templo del relax donde nos alimentan el espíritu y el estómago, sobre todo esto ultimo, presencié una escena que tendría que haber tenido otro final. En medio de una conversación al humo del aroma del café y los cigarrillos con parte del equipo femenino de nuestra empresa, con conversaciones banales y carentes de trascendencia, entro en el local un tipo, con pinta de promotor inmobiliario del montón venido a menos, conocido del pasado del boss, que le lanzó algún improperio citando alguna cuestión del pasado. Tras hacer mutis por el foro, se situó en la barra. Yo, en mi lucha con mi bocadillo relleno de controlado colesterol, presenciaba la escena. En el momento del recuerdo del pasado por parte de este individuo, le cambió la cara y la expresión al jefe, y se hizo un silencio entre las chicas que hablaban, musitando la jugada. Intenté escuchar algún reproche para el constructorcete salido de alguna de las chicas que no acerté a descifrar. Después de meterse su copazo de licor, con aire altivo, volvió a acercarse al grupo y volvió a decirle algo a su antiguo conocido en plan "perdona pero es que antes eras tonto de cojones". No fueron exactamente las palabras, pero si la esencia del mensaje. Otro en lugar del director general, se hubieran levantado y le hubieran partido los morros al tipo. O se hubieran acercado y le hubieran susurrado alguna sutil amenaza al oído. Él no. Él se encargó de estrecharle la mano que le ofreció su interlocutor y a desearle buenos días, quedando por encima a todos los niveles. Aquí está la diferencia. Los corredores de fondo saben que esto es muy largo y que hay tiempo para todo. Los del dinero fácil y pelotazo instantáneo no saben de formas ni de modales, y tienen la memoria larga para lo que quieren. Y eso, igual que viene, se va.
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