martes, 27 de mayo de 2014

Carta abierta a (todas las) Robin Scherbatsky.

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Querida Robin:

Ya sé que ese no es tu verdadero nombre, pero me da igual. El hábito no hace al monje, ni en este caso, ni en ninguno. Sin conocerte de nada me atrevo a dirigirme a ti porque, no sé si te lo habrán dicho ya, pero ya te vale, bonita. Tanto marear la perdiz para, al final, acabar con él. Desde luego no sé que esperabas encontrar mejor que un tipo que en la primera cita comete un delito, henchido de amor, y roba una trompa azul. Si eso no es prueba suficiente, que baje Dios y que diga que he hecho mal, porque si subo yo le voy a estropear la cena.

Sí, hace dos líneas he puesto 'henchido'. No hace falta que vuelvas atrás a volver a leer.

Y claro, luego te pasa lo que te pasa. Que pierdes el norte y te lías con segundones del doctor House, con cachitas de encefalograma plano y hasta con Enrique Iglesias fumeta, que es ya casi una manera de decir basta. Hasta tuviste tu fase de «chica Woo», a base de chupitos y sombreros vaqueros. Incluso picaste con el libro de jugadas de Barney, tú, una mujer que bebe whisky y fuma puros.

Y ahora me dirás que no os gustan los chicos malos.

Claro, eso ha de ser. Os gustan tanto que os casáis con ellos y los miráis con cara de corderito degollado. Y luego pasa lo que pasa, que se acaba el sexo amor de tanto usarlo. Y volvéis a la casilla de salida. Os centráis en el trabajo, mientras practicáis esa sonrisa de 'todo me va bien' y solo tenéis apariciones estelares. Y os sale el puchero de dentro, en plan Boabdil, cuando veis que perdéis al Ted de vuestras vidas, porque está feliz con la chica que va a ser la madre de sus hijos.

Sois un poco egoistas, ¿no?
O quizá cabronas. Bastante, además.

Aunque casi seguro es que no sepáis lo que queréis directamente. Y tenéis la coartada perfecta, con el padre que no os profesa amor de hija, con las resacas, con los días especiales del mes o con cualquier otra patraña de las que salen en SuperPop, Cosmopolitan, Telva o lo que os inviten a leer en la peluquería, para que nos hagáis a los Ted del mundo lo que os salga de la permanente.

Señoras Robin del mundo: tengan piedad de los hombres buenos. Son débiles y, aunque la paciencia es infinita, puede que un día ya no se giren al ver como el viento les levanta la pollera y abracen el orgasmo fácil proporcionado por las cabezas o los pies de algún Ramos, Iniesta, Godín o Alcácer y se les acabe el chollo.

Atentamente y sin acritud.

A sus pies.

viernes, 9 de mayo de 2014

Más de cien motivos.

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Joaquín Sabina recitaba cantando más de cien palabras y más de cien motivos para echarle un capote a un amigo que estaba más allá que acá en el tema de la parca por sálvese aquellas sustancias. Pero Tito Joaquín es perro viejo de callejón y el canto en tercera persona bien podría ser en primera singular, plural o incluso en yo mayestático.

Pero nunca llueve a gusto de todos. La primavera, esa estación en la que dicen que todo es color, ombligos al sol y cañas refrescantes en las terrazas, es también azote para alérgicos, pesadilla para delicados y desastre para los piratas del escaqueo de los agentes tributarios. Incluso alguna la estrella del rocanrol de este país prefería morir por estos días.

Y en este cacho de calendario que nos ocupa, este año se nos cuela la petición a conjugar el verbo votar, poniendo ruedas de molino a los seguidores de la sístole y la diástole sentimental, mientras les nos hablan de la vieja Europa. Valiente contradición esta de solicitar el acto materialista en la estación macerada para los atardeceres, el canto de los pájaros y las sobremesas eternas de sábado, con brindis al sol, programando viajes sin reloj a Formentera o a cualquier otro lugar mientras la brisa pide permiso para entrar por la ventana y refrescar con su paseo la casa para que huela a queso recien cortado.

Y sentiremos el miedo. Ese que dicen que es de cobardes, porque nos vendrán taquicardias con solo activar el pensamiento. Y nuestro sentir de hipocodríacos del corazón nos hará quinientas preguntas de las que más de cuatrocientas no tendrán respuesta todavía. Y buscaremos anestesia en el vino, sin exceso y con mesura. Y recurriremos a Jep, otra vez, porque ya está en nuestro ideario de vida, incluso con sus paseos mañaneros después de la jarana.

Y querremos eso. Aunque caiga un chaparrón.

Sin más.

Tan dificil.

Tan fácil.