miércoles, 9 de diciembre de 2015

Una disculpa, ante todo.

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La guitarra suena suave. Muy suave. Mucho más que la aguja al pasar por los surcos del disco que la hace sonar. No acompaña que la tarde tenga color de noche para ponerse a bailar porque si. O quizá si se merece un baile el cielo oscuro. Ya dijo aquel que el fin del mundo nos ha de pillar bailando. Tal vez falta una copa de vino del Priorat y rozar tu rodilla con la yema de mis dedos. Pero no se puede tener todo.

Era necesario armonizar este momento. Ha sido mucho tiempo, más del deseado, finales de agosto, desde que este rincón no se volvía a abrir. Os habrán pasado muchas cosas hasta hoy, la mayoría interesantes e intensas a tal nivel que las actualizaciones de este espacio habrán pasado a ser completamente prescindibles, cosa que quizá lo hayan sido siempre.

Otras páginas han ocupado mi tiempo, un reborn en cierta manera, con inmediatez de prosa conjugada con sudor balompédico que si no es el más honesto, si es el más loado. Y eso a ti te puede importar un carajo, porque eres fan de la otra vida, esa que está fuera de carruseles y goles en el último minuto que rompen vajillas. Y bien que haces, joder. Porque el fútbol a veces es una fokin mierda.

Tuve muchos nombres, me vieron con otras barbas y aunque con algún kilo de más, siempre fui yo, marcando una línea clara.

Y recordad para que es esto: «Es rock. Es vida. Es mi mujer y la del prójimo vistas desde el altar. Es un nudo de corbata y un afeitado a navaja. Es una barra libre para los amigos y un ring para los enemigos.»

Tomad esto como una disculpa, ante todo.

Sed bien hallados de nuevo.

viernes, 21 de agosto de 2015

Letras de rock. Las mías.

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Prometo ser explícito, como las etiquetas que adornan los discos donde se supone que las letras van a escandalizar a nuestros padres de misa de domingo y cuatro esquinitas tiene mi cama. No pretendo sentar cátedra -ni quiero-, pero si me gustaría generar debate, hostias cibernéticas, o reales si hace falta.

He aquí mi Santísima Trinidad de lecturas rock. Las nombro así porque, de una manera u otra están relacionadas con ello, aunque no necesariamente narren guitarras, rasgueos y fans enloquecidas:

- Igor Paskual. Donostiarra de Asturias, de donde el arte prerrománico. Apasionado del arte, el fútbol y la música. Más de Izzy que de Slash y mojabragas oficial del line-up de Loquillo, con permiso del Loco. Tiene una columna en 'El Comercio' llamada "Rugidos de gato" donde escribe casi sobre lo que le da la gana, Marca le ha dejado un espacio en su blogosfera llamado 'Hierba mojada', que es la sensación más bonita que puedes tener al entrar a un campo deportivo con hierba natural.

- Andrés Albert. La vida vista detrás de una barra. Con todo lo que implica. Y siendo la barra una metáfora de todo lo demás. Con recuerdos a la infancia, con el sonido de las viejas radios o los surcos de los vinilos, a golpe de tupé y de movida valenciana. Andrés nos agita con sus textos, que son una delicia y siempre te dejan pensando. Y te ayudan a pensar. Que no es poco en estos tiempos que corren. Mucho respeto por este señor y sus letras.

- Los Zigarros. Diarios de la carretera. Eso sería una manera estupenda de definir los escritos que salen del interior de la banda. No es difícil asociar las palabras a los miedos y sentimientos de una de las canciones clásicas del rock español 'Rock n' roll star' de Loquillo «...soy un chico de la calle que vive su canción, también me emborracho y lloro cuando tengo depresión.» Sensaciones a flor de piel, comentarios íntimos, a veces desordenados donde no importa tanto el como y si mucho el qué, hacen de estas entradas en su página de Facebook un excelente material para sus fans y una lectura que acerca a los músicos a sus miedos, a sus filias y a sus subidones y a sus bajones.

Estoy seguro que habrán más lecturas que estas tres. Y quizá tú tengas las tuyas propias. Pero estas son las mías, con las que me encuentro cómodo. También me encuentro cómodo con Jabois y con Kiko Amat, pero porque sueño todas las noches con apropiarme de su talento, en un nocturno acto de envidia. Aunque la envidia no es más que la admiración por las malas.

Y eso es todo. Que quizá es poco. Pero es lo que hay. Dime cuales son las tuyas y así nos las podremos medir.

jueves, 25 de junio de 2015

Ser de barrio. Ser de Les Barraques.

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Foto: Facebook Juan Romeu Ferrer

«El ave no es del nido en el que nace, sino del cielo en el que vuela

En algún lugar leí o escuché esta frase. Más bien lo primero que lo segundo. Quizá sea más una invitación a viajar y sentir en la piel los matices del lugar en cuestión, pero otra lectura podría ser un alegato de los apátridas de corazón. Esos que no se consideran de ningún sitio, que ven el nacimiento en un lugar concreto como un mero accidente -puede que lo sea- y no como la pertenencia a un territorio geográfico.
Expresiones tan rimbombantes como la de 'ciudadano del mundo', manoseada un poco por las nuevas trincheras políticas, o la que encabeza esta entrada, no hacen más que generar dudas razonables sobre las verdades absolutas que no aceptan el abanico de matices.

Pero que quieren que les diga. Sí, viajar mola. Sí, hacerlo desde dentro, viviendo de verdad el destino, también. Pero sentirse de una tierra, de un lugar, es lo que completa a uno como persona. Los cambios no son buenos. Por hastío o dejadez, siempre se pierde algo en el camino. Que se lo digan a Maika, que a cada mudanza perdía un cachito de su historia vital como mujer, quemando etapas pero ganando sitio en su corazón y en sus armarios, donde me gané un espacio. Pero el ser humano necesita orden, físico y sentimental. Y ya suena raro que esto aparezca en un lugar llamado El Armario Desordenado, pero a pies juntillas lo creo.

Necesitamos saludar al vecino, saber donde está el buen café del mediodía, ser parroquianos de un bar y ver al camarero o camarera como una cara amiga y no como un dispensador de alimentos. Detectar cuales son los baches de la calle, conocer sus vientos y respirar sus aires. Ser más humanos, en definitiva. Vivir con más calma, que no está reñido con hacerlo deprisa.

Y todo esto ocurre allí, en Les Barraques. Un barrio como otro cualquiera para cualquiera que no sea de ese barrio. Con templos de tapeo y de liturgia, como Don Carnal y Doña Cuaresma. Con barras representativas de la cultura del almuerzo. Esa de cacao del terreno, vino, gaseosa y bocadillo repleto. Con comercios familiares, pocos pero resistentes. Con calles con historia, de las que bien merecen una ruta que algún día crearemos mi bibliotecario favorito y servidor. Un barrio con aroma a apitxat, con aroma a verdad.

De verdad. Quizá sea esa la palabra que mejor defina sin partidismos a este antiguo barrio de pescadores, en la zona más vieja de Catarroja. Su elemento diferenciador de otros barrios con supuesto más estilo o más de moda (pueden rellenar aquí su pensamiento con el barrio de la capital que más rabia les dé) es, al mismo tiempo, su principal lastre. Las estrecheces de sus calles, los recovecos nada poliédricos y una histórica mala gestión urbanística lo convierten en un lugar incómodo para el siglo XXI, donde somos discapacitados motores si no usamos el coche para cualquier trayecto. Pero también es su encanto, abrazando al que quiera callejear y encontrar sus calles de postal, como bien capta el ojo fotográfico de Ximo Ves, por poner un ejemplo al azar de aquellos aficionados profesionales que se dedican a inmortalizar momentos.

también tiene su mercado. como lo tienen otros. Incluso antes de las restauraciones de aquellos. Que aunque sea popular -en la acepción de pertenecer al pueblo, camaradas-, por cercanía y cariño se siente como propio. Un mercado super, sin prefijo evocador a cadenas alimentarias. Tanto por dentro, con sus paradas llenas de vida a colores, como por fuera con su arquitectura singular y, probablemente, única.

Sus gentes son ariscas y muy suyas al principio pero se dejan rascar la coraza si eres de bien, hasta convertirse en familia al final, a golpes de verdad en el apretón de manos y de mentira en las partidas de truc. No sientes el aire de sus calles si no has asistido a las sobremesas con anécdotas sin medida de pescadores y cazadores del lago de La Albufera, dando cuenta de caliqueños de contrabando y copita de anís seco o cualquier otro licor. La devoción a Sant Pere (San Pedro en valenciano), el único que hace ir a misa al menos una vez al año hasta al más agnóstico de los vecinos, -cosa meritoria ya que la ceremonia se realiza en el medio del lago, después de una madrugadora romería, primero a pie y después en barca- y la conjugación de un verbo totalmente inventado, santperejar, que no es más que vivir la fiesta en su honor a su patrón, a golpe de fervor, abanico, licor y sudor son, si se me pusiese un revolver en la sien, las señas de identidad de esta pequeña urbrand, que diría el pensador del rincón, Risto Mejide.

Y comer. Bien. Sin tonterías. A cualquier hora de la mañana. Bien en tostas especiales, con ibéricos y tomate autóctono, bocadillos grasientos y sabrosos de los que disparan el colesterol o arroces en cualquiera de sus vertientes. Y por supuesto, allipebre. El guiso madre. Esto encontrarán en el Mesó L'Albufera, una barra con casi treinta años, verdadero santuario de la manduca buena, donde Toni y Pili, con un ajoaceite que quita el sentido, son aquella cara amiga, parte de esa familia que eliges, a veces tan diferente de la que te toca.

Y ante los eternos, la savia nueva de los llegados. Con nombres que son historia del barrio, las nuevas gerencias del Diana y El Viu (don Paco siempre presente) despiertan el interés por sus cocinas y las propuestas que salgan de ellas para así tener una excusa más para conjugar ese arte de vivir en la calle. Y quien sabe si la revitalización definitiva del barrio podría pasar por eso, por abrazar al comer de pie con parada final y soniquete de copas en el kiosko a los pies del lago artificial del parque tocayo del barrio, fantástico pulmón verde, patio de recreo de infantes y centro de besos robados de adolescentes.

Donde sentarse a la fresca cuando la noche llega es como irse de vacaciones, con la calle sonando a refresco por el agua de la regadera, sin más banda sonora que la conversación con los grillos chirriando y el zumbido de algún televisor a lo lejos como ligera música ambiental. Y cuando la noche es casi madrugada y se captura el paso de alguna brisa despistada que hace bailar ligeramente las cortinas caladas, se saluda al alma de los ausentes, queriendo pensar que son ellos desde el otro lado echando de menos poder conversar.

Les Barraques. Un barrio como otro cualquiera para cualquiera que no sea de ese barrio.

lunes, 25 de mayo de 2015

Nueve Tragos. Quince años por amor o el principio de una hermosa amistad.

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Muchas veces se ha hablado aquí de esto. Aún así, son pocas, las veces que se deba glosar acerca del Nueve Tragos y su gerencia. Dicen los cronistas del mundo del balón que un equipo es la imagen de su entrenador. Pues bien, eso mismo podríamos decir acerca de Andrés Albert y como lleva las riendas de un negocio que cuando abril se convirtió en mayo cumplía quince años y que, en el momento inicial de parir estas letras, era todo un trajín de preparativos y acicalamiento general, del local y de su persona.

La historia, creo que ya la conocen: un fan de Loquillo con un sueño que se convierte en realidad cuando la propia estrella le brinda todo su apoyo en una de esas firmas de discos. A partir de ahí, la vida es de los que arriesgan, de los que apuestan todo a doble o nada. Porque Andrés es un tipo de los que arriesgan. Solo por el mero hecho de abrir un negocio ya merece el mayor de los respetos. Y montar un bar de copas con temática rock, en una ciudad estigmatizada con los tópicos de tetes, bakalas y música electrónica, bien merece un redoble con final en platos. Y a eso hay que añadir la personalización de eventos de cualquier clase, desde fiestas temáticas a veladas de cineclub, su sabiduría con los vinos (prueben su Teatinos, por favor) y los quesos manchegos, sin olvidar los servicios de restauración a domicilio, convirtiéndose en algo más que un simple bartender, un empresario multidisciplinar. Un tipo que hace feliz a la gente. Un tipo que me hace feliz.

Aunque todos los motivos arriba expuestos serían más que suficientes, hay un componente que hace especial el lugar y el sabor de cada trago. Andrés es tranquilo, sosegado y seguro que esconde alguna muesca en el corazón. Podría ver la vida pasar, sirviendo licores, estrechando manos y limpiando copas con la tranquilidad que otorga el disponer de un negocio con sus mil vertientes y reinvenciones constantes por el placer de crear, esperando al cierre para darse el placer de un copazo tranquilo, mientras suenan notas de jazz o alguna rareza del propio Loco y santas pascuas.

Pero no.

Él va a más.

Andrés consigue agitar las conciencias de sus parroquianos. Nos lobotomiza con su Jack Daniel's, sí, pero nos activa la cabeza y el corazón con sus acciones solidarias o con sus reflexiones con tintes literarios que nos hacen pensar, llorar o emocionarnos, en esa ventana al mundo que son las redes sociales. Y sin querer, toma partido de las injusticias de la calle, del abuso del fuerte -desde ayer bastante menos fuerte- con respecto al débil, porque simplemente es lo que pasa por delante de su casa. Justo como le pasaba a aquel Rick de «Casablanca» frente a los nazis en su bar. Otra cosa no sería posible viniendo de Andrés. En estos tiempos donde el marketing social está a la orden del día, Andrés consigue movilizar hasta al más parado de sus clientes a la mínima sugerencia. Orgullo de marca. La del Nueve. Y me importa bien poco si creen que esto es una de esas entradas que solo sirven para poner bien a los amigos a cambio de una borrachera patrocinada. No es el caso, ni puta falta que hace.

Hoy, casi un mes después de escribir el principio de estas líneas y con la resaca de muchas cosas, entre ellas la de su aniversario, brindo nuevamente por Andrés Albert. Porque ya no se hacen tipos como él. Desgraciadamente.

martes, 28 de abril de 2015

Loquillo & Nu Niles. Código Rocker. Valencia, 24 de abril.

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Vaya por delante que nunca suele decepcionar. Dirán los asistentes a cualquier diván, que muchas veces tiene forma de barra de bar, que la predisposición es fundamental para afrontar con positividad cualquier envite. Pero, en este caso, no se podía afrontar de ninguna otra forma el paso por Valencia de Loquillo y su gira de "Código Rocker", el nuevo disco sacado de la manga con Nu Niles. Rockabilly puro, con vuelta a los orígenes, si se quiere decir así, pero que fue la excusa perfecta para reunir en una mesa a amigos de los de verdad, de los de más de veinte años, para los que el señor de El Clot ha creado, involuntariamente, muchos pasajes dentro de la banda sonora de nuestras vidas. Y con eso en el imaginario, con anécdotas del pasado y brindis por el futuro, nos metemos en la sala para vivir una noche de vaquero apretado, chasquidos de dedos y tacones de mujer.

La sala Fussion, en Massanassa, está llena. Casi hasta los topes. Mucho ambientillo, que dirían los clásicos, con algunas rocker girls que provocan más de un codazo a mis costillas por parte de mis acompañantes para que no pierda detalle. Mientras espero al inicio del concierto puedo abrazar a los hermanos Tormo, Álvaro y Ovidi, que siguen girando y marcando etapas con Los Zigarros. Siempre es un placer hablar con ellos porque en cada momento que compartes con ellos aprendes algo y transmiten pasión de verdad, no como algunos niñatos con pose y poco más.

Digamos que el concierto empezó a su hora, que fue la justa para saludar y tomar algo frío antes que sonaran los primeros acordes de "Hawaii 5.0", - la música de la serie llegué a escuchar por ahí- justo antes de la aparición del Loco, tras sonora ovación. El dress code del jefe, con una chaqueta negra con detalles en rojo, nos presagiaba una gran noche de himnos, rocanrol sin aditivos y movimientos de cadera, que era para lo que habíamos venido, con el arranque de "Eres un rocker". Una de sus grandes virtudes es, entre otras, que sabe rodearse de los mejores. Y lo ha vuelto a hacer. Mario Cobo, Blas Picón, Jorge Rebenaque, Alfonso Alcalá y Josu García son una garantía para sentir el orgullo de la familia.

Poco a poco fueron cayendo las canciones esperadas, presentando "Chanel, cocaína y Dom Perignon" su seria candidatura a himno de la gira, por lo menos para un servidor, cosa que les importaría más bien poco a las dos mozas víctimas de la moda de los selfies que, en ese mismo momento, usaron el baño de señoras para inmortalizarse su momento post-tocador. Fui involuntario espectador de la escena al decidir que ese sería el lugar donde ver las evoluciones del concierto, habida cuenta que la edad y las ganas de uno para abrirse paso a codazos entre la multitud menguan como un increíble hombre cualquiera.

Loquillo demuestra que se siente a gusto con esta gira. No quiero decir que no lo estuviese en las otras, pero en esta desprende más cercanía, más tranquilidad. Slow food lo llaman los gastrónomos a este movimiento aplicado en la cocina. Y con el taburete, el cigarrillo y la parte más jazz de la velada, nos permitió a todos bajar las pulsaciones y ser testigos de algunos pasos de baile entre románticos rockeros, que los hay.
Tuvo un momento para la charla cuando se permitió la licencia de hablar de "El crujir de tus rodillas", que la recibió hace unos cuantos años (¿veinte?) y que ahora puede, o quiere, tocar con los creadores, Nu Niles, que se ha convertido en una de mis bandas de cabecera en el rockabilly, junto con todo lo que nos dejó Nick Curran.
Sonaron todas las que tenían que sonar porque treinta y pico años dan para muchas clases de conciertos. Este, en concreto, tuvo momentos de mesas con whisky, cartas y cigarreras taconeando con piernas largas y falda corta, tuvo instantes de canalla, enfundado de negro Cash y mueca seductora, pasos de baile dignos de un showman, con chaqueta de lentejuelas que no desmerecerían a cualquier noche en el Bellagio, y el camino final con la calle, mangas al aire, como un Rebelde de Coppola, luchando contra la ley y la ley ganó. Pero él es la ley. Y sigue estando en forma, manteniendo el nivel, como pude comentar con dos grandes de la prensa, Eduardo Guillot y Liberto Peiró, eminencias de la cultura del rock en la ciudad y espejo donde mirarse en esto de contar y cantar cosas.

Cuando se hizo la luz, de la sala, y nuestras caras reflejaban el fragor de la batalla, con algún exceso anestesiante de por medio, no había que mostrar mucha resistencia para disfrutar de la velada allá donde nos conocen por nuestro nombre, el Nueve Tragos, parada, fonda y presencia obligada para recordar lo vivido en esta noche y en muchas otras, iguales pero distintas. Aquellas de cuando reímos y cuando lloramos, cuando fuimos los mejores y cuando modelábamos banderas. Y allí, donde Andrés es el jefe y Rosa y los demás perfectos tripulantes del barco pirata, no nos hizo falta más que seguir la charla donde la habíamos dejado después de la cena para conseguir nuestro bonito final.

martes, 14 de abril de 2015

Vive el momento.

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No voy a descubrir el poder de la pólvora.
Ni lo pretendo. Y menos en esta vuelta al rincón, que anda desatendido por sacar a pasear la tecla en otros lares.
Pero es menester decirlo, otra vez.
Vive el momento.
Cualquiera que sea. Bueno, malo o regular.
No te suicides, pero no te pierdas ninguna. No esperes a San Juan o a otra patochada como excusa.
Vive como cuando te comes una sandia a dos carrillos, chorreando por los lados y riendo por ello.
Concédete un empacho. O dos. Visita a algún maestro de la mesa y vívelo con los cinco sentidos para no olvidarlo jamás.
Recorre con los dedos la espalda de la mujer que amas hasta que rocen de memoria cada lunar.
Corre, pero de pensamiento.
Aprende de los que saben, que suelen ser más mayores que tú, porque no tienen la insolencia de la juventud.
Huye de las personas que sean tóxicas, de las que tienen mala aura, que dicen los de los chakras.
No te fíes de los que dicen blanco hoy y mañana negro. Pero no les dejes de sonreír para que se instalen en su locura.
Hazte un traje a medida.
Besa y abraza a quien quieres de verdad.
Juega con tus hijos, biológicos o no. Su sonrisa es la mejor de las luces.
Ten alguna resaca.
Baila, aunque seas un patán.
Trabaja como si fueras a quedarte toda la vida allí, aunque sepas que no.
"Vive deprisa, muere joven y tendrás un bonito cadáver" es la mentira más grande del mundo y coartada para aquellos que se pasaron de la raya. Llega a viejo, con arrugas que cuentan historias y dietarios con hojas amarillas que despierten envidias.
Ten artistas cerca. Tienen una visión privilegiada de las cosas.
Escucha más que habla.

¡Va por ti, amigo de la varita!

martes, 17 de febrero de 2015

La paella de los domingos.

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Lo que viene a continuación se redactó la víspera del 12+1 de febrero, dos días antes de San Valentín, y se quedó durmiendo en algún cajón el sueño de los justos. Hoy sale a la luz por premonitorio, por actual y porque el uno de marzo se jugará a la misma hora. Y porque me da la gana.

«Ahora que Eugeni Alemany se ha ido a San Francisco para que la paella tenga el estatus que se merece en el mundo WhatsApp, justo ahora, Javier Tebas y su mono repartidor de horarios nos meten un torpedo norcoreano en nuestra línea de flotación gastronómica con el partido del domingo por la mañana. Y aunque todos sabemos que la paella buena es la que se come a partir de las tres de la tarde largas, los domingos no se han hecho para sentarse a mesa puesta. Se han hecho para pasear, con paraguas o gafas de sol, tomar el aperitivo abriendo el apetito y pedirle a la virgen de los vientos que le levante a alguna Paula la pollera, que diría el maestro.

Por mucho que tire de memoria, que no de Google, no recuerdo ningún partido de Primera a esa hora en el Nou Antic Mestalla. Si recuerdo haber asistido al Templo a ver fútbol a esa hora. Fútbol de Tercera, aunque quizá sería Segunda B. Un derbi, los cachorros blanquinegros (blancos en aquella época) contra el Levante, que lo entrenaba Pepe Balaguer, el ex-portero colega del Fari. Y oigan, el recuerdo que tengo es bueno. Solecito, partido de cuchillo en la boca y nobleza a tope entre un gallito y unos aspirantes a subir al primer equipo. Supongo también que el escenario también aportaría su grado de motivación, porque no es lo mismo el Puchades que el Camp.

Y quizá, solo quizá, Jonathan jugó ese partido de portero en el Mestalla. Como puede que lo haga este domingo con el Getafe, dejando a Guaita, proyecto de aspirante a cancerbero de la selección española, para recibir visitas de amigos y familiares.

Pero que no nos engañen. Estas horas las carga Tebas, digo el diablo. Es como aquel axioma que dice que, en la época moderna, jugar a las cinco de la tarde perjudica porque la afición está amodorrada en plena digestión de la paella del chalet o de casa la suegra.

Pero no todo es malo. Tendremos a Kim Lim a esa hora enganchada al televisor singapurense, en sus siete de la tarde. Con su camiseta blanca y sus selfies de Instagram, animando desde el sofá, mientras bebe con sus amigos Singacola, o lo que sea que tomen allí para recuperarse de los excesos sabatinos.

Y a las doce de la mañana, las carreras de Gayá son más carreras. Y Alvés se parece más a Cañizares que nunca. Y Parejo es más imperial, con el reflejo del sol reluciendo en el brazalete. Y Negredo resurge, porque ha venido a marcar goles al sol, no a vivir como un lunes al idem. Y nos sorprenderán por fuera Feghouli o Piatti o algún secundario que no tiene tanta luz como otros, pero que son necesarios.

Pero todo esto pasará si no llueve en la grada. Y no hablo del tiempo. Es necesario «tifar», como dicen en Italia. Para que Nuno no se pregunte donde está la grada, como en aquella rueda de prensa. Para seguir marcando pauta y mirar más al tercero que al quinto. Que el invierno está acabando y la primavera trompetera nos dejará claro si hacemos gira por Europa como teloneros o como cabezas de cartel.

Hagan la ruta. Busquen un buen lugar donde almorzar el domingo (Paco Alonso sabe). Tempranito, con su cremaet si hace falta. Y con la panza llena, a animar, a hacer hambre para la paella de las tres pasadas. Que son las que mejor saben.

Los bonaerenses del barrio de la Boca, cuando Diego aún trotaba por allí decían "Que lindo levantarse el domingo por la mañana sabiendo que a la tarde juega Maradona".
Modifiquen la tarde por el mediodía y a Diego por su artista favorito y verán que buena siesta nos pegamos todos.

PD: Kim, dile a papá y a la tita Lay que al 31 hay que darle lo que pida. Porque nos duele que se vayan, como Bernat, pero nos mata que se vayan al Madrid. Que queremos a papá porque nos sentimos con fuerzas de parar a la apisonadora de Floper. Y si Gayá se va al centro a correr la banda, querremos menos a papá y nos sentiremos un poco engañados. Como una despechada el día de San Valentín.»

lunes, 2 de febrero de 2015

Restaurante Tapería Aliaga. Donde me robaron el corazón.

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Anunciaban los creativos de la cuenta de la ONCE, en una de sus maravillosas campañas, que ser amigo se hace con el día a día, con un saludo por la mañana, con los comentarios de las noticias del periódico y cosas así. Ese mismo argumento de venta para vender los premios de su cupón, nos puede servir para todas las pequeñas cosas de la vida, si nos ponemos en plan plasta/Mr. Wonderful o para reírnos de la vida a la cara y bailar antes de estar muertos, si nos ponemos chulos por pelotas. Y de reírse de la vida, con largos tragos y sin mesura, con la delicadeza de un tango bien ejecutado, nos sirve los platos Raúl Aliaga, en el Restaurante Tapería Aliaga.

Pero antes, y siendo justos con todos, hay que contar una historia.

Siempre es importante llegar a los sitios de dos maneras, por instinto o por recomendación. Y no todas las veces los resultados son satisfactorios. El instinto, en este caso el hambre, es mal compañero de viaje y nos pueden cegar los olores más que las visiones. Y las recomendaciones, dependen mucho del emisor de la recomendación. Servidor ha llegado a oír sandeces vestidas de recomendación acerca de la lucha de clases entre bocadillos y comidas de mesa y mantel, comparándolas como iguales cuando son, de todo punto, diferentes.

Por eso, y por otras cosas, Maika es un buen motor de búsqueda. Su sapiencia, sus incontables horas de vuelo, su lucha nata contra la vida, a la que va ganando por goleada, a pesar de tener a su lado un patán de lastre como el menda, y sus mil vidas vividas en una sola, -fue it-girl antes que todas vosotras, imagen de portadas y superviviente de chiringuitos financieros-, la hacen infalible en cualquiera de las suerte arriba comentadas. El instinto, por la condensación de su vida y la recomendación, por haber sido agraciada con un paladar para distinguir los matices de los sabores digno de la mejor crítica de cocina del mundo. Bien harían los Señores de la Cocina, así en mayúsculas, en ficharla ya para cualquiera de sus salas.

Y a Aliaga entré por recomendación, que es igual de confortable que unas pantuflas en los pies una tarde de invierno valenciano. Y el lugar, pasó a formar parte de mi pequeño e inexperto corazón gastronómico. Ahora que está tan de moda los locales con alma, ahora que somos todos expertos en texturas, en espumas y en trampantojos, se agradece la cocina de verdad. La de un buen pescado, la de un solomillo en su punto de sal -gorda, por favor- y abrazar cualquiera de los vinos que en la sala les puedan recomendar, según su estado de ánimo, para que la experiencia sea completa.

Imposible quedarse con algún plato sin caer en la injusticia del destierro. Calamar de playa, una tabla de quesos con su manual de instrucciones, con el brie en la cúspide, o su magnífica tarta de zanahoria son solo algunos ejemplos a vuelatecla que les puedo sugerir. Aunque siempre la gracia es sentarse y esperar a que Raúl les aconseje de su despensa fresca y de mercado para poder vivir la vida un poco más a través del paladar.

Aprovechen la generosidad del amistoso chivatazo. Quítense el corsé de los barrios gastro, con bistros de segunda, imitando al maestro, y vengan a la periferia de la gran ciudad. Visiten Aliaga, en Catarroja y ya me dirán.

Y quizá, si les gusta, podamos hablar de pastelerías secretas otro día.