martes, 21 de diciembre de 2010

30 AÑOS NO ES NADA. LOQUILLO, 10 DICIEMBRE 2010

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Y el cuadrado se completó. Como si de un cartel taurino se tratase, cuatro grandes conciertos, cuatro, pudieron ser disfrutados por mis sentidos en treinta días de traca final del año cero. Sí, año cero. Porque la historia puede ser contada a partir del año en que Iniesta nos hizo tocar el cielo. Podremos tener crisis, podrá la gente pasar hambre y pena, pero estas penas, sin minimizarlas, ojalá se pudiera, sin ser campeones del mundo serían más duras. M-clan, Uzzhuaïa, Bunbury y como colofón, Loquillo en su ultimo concierto del año de la gira que conmemora sus treinta años en la carretera. Repetimos escenario, Palacio de Congresos de Valencia. He ido tanto allí en los últimos tiempos que parezco un empleado más de la plantilla si no fuera por mis intenciones, que no eran otras que ver el estado de forma de un tío que roza con los dedos el medio siglo de vida y con tres décadas de actitud en el escenario.
Alguien dijo alguna vez que la música que escuchas durante tu vida es la banda sonora de la misma. Puedes madurar y cambiar con ella, puedes reciclarte y renegar de aquella frase de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’, o puedes disfrutar, gritar y dejarte llevar a cuando ibas con el ciclomotor hasta a por el pan y tu felicidad se basaba en que no te pillaran saltándote las clases y en robarle un beso a aquella chica. Y con varios de los bandoleros de besos de aquellos días nos dispusimos a ver, oír y cantar con aquel tipo que, en nuestros walkman y cassetes de doble pletina, nos hablaba de sus problemas con las mujeres.
La actitud es importante, pero saber hacerlo, más. Por eso, empezar en Valencia un concierto y que la primera palabra que suene, y que atrone en el auditorio con una ovación, sea ‘Madrid’, con todo lo que esa palabra puede llegar a significar a la orilla este del Mediterráneo, sobre todo a niveles balompédicos, es de tener un par. Y con ese par, con el homenaje a Pepe Risi por matar el silencio en las calles de Madrid, empezó el rocanrol.
Ya intuíamos que iba a ser un concierto especial cuando Loquillo corta la tercera canción, Tatuados, e indica a un miembro de seguridad que en sus conciertos no era grata la presencia de porras y esposas, que del control se hacía él cargo, con los vítores por parte del público que ya se agolpaba en la cabecera del escenario, pasando de las cómodas y azuladas sillas del patio de butacas. Y nos refrendamos en nuestro pensar al tercer sorbo de cava, o champañ francés por eso de la sibarita actitud del maduro bebedor, del Loco, y vimos que estabamos en una fiesta de fin de curso, con todos los excesos, errores, risas y escapadas furtivas que conlleva el acabar un curso.
Los saltos en el tiempo discográfico se sucedían. Grandes nuevos clásicos como Línea clara o Cruzando el paraíso, que se me hace rara sin el Halliday, se mezclaban con los trillados en nuestros viejos casettes Carne para Linda o Todo el mundo ama a Isabel, cuando mi vecino tocado en suerte insiste gritando a dos centímetros de mi oreja que Loquillo se deje de charlas y que cante, que para eso ha venido. Camisa azulada, con las arrugas propias de un día de trabajo, despeinado, pupilas dilatadas… Está claro que este no viene de casa de merendar, es más, seguro que se le hace bola cualquier cosa que pase por su seca garganta, pero a la tercera vez que me babea el tímpano, me dan ganas de hacer una Donostiada, como aquella de la que el Loco hace burla con la complicidad de la platea.
Suenan todas, Rock ‘n roll actitud, la renovada El hombre de negro, con mención a Andrés, Enrique y Jaime, Arte y ensayo, por supuesto Las chicas del Roxy y la boa de plumas de Igor, para deleite de mis chicas de la cuarta fila. Primera escapada furtiva de la banda al unísono, Feo, fuerte y formal, Autopista, y Cuando fuimos los mejores, canción con la que se identifica la mayoría del público, nostálgicos de cualquier tiempo pasado idealizado para mejor, nos preparan para la traca final, fácil recurso literario, al estar en Valencia, de la que Stinus nos prepara un anticipo con su gran dominio de la guitarra. Quien le iba a decir a Loquillo que el compositor de la canción con la que le despertaban en la mili, junto con Luis Alberto de Cuenca, y que aborreció, Lobo feroz, de la Orquesta Mondragón, y de la que dijo que le daría dos hostias al culpable de hacerla, estaría dos décadas después compartiendo escenario con él, e iba a ser su productor. La vida, que es de los que arriesgan.
Y al final, Sabino. Como no podía ser de otra forma, palabras del Loco, en el final del año de la gira, él tenía que estar aquí. Sabino Méndez, historia del rock, compositor de grandes canciones de la época de Los Trogloditas, amado y odiado, o ambas cosas a la vez, aún conserva esa pequeña cara de canalla con la que aparece en las fotos en blanco y negro que cuelgan del Nueve Tragos, pero con la sabiduría y el poso de las canas. Rock suave, El ritmo del garaje, Rock ‘n roll star, con la entrada que nadie hace en el mundo como Sabino (Loquillo dixit). Lennon flota en el aire ‘… si no te pegan diez tiros en la puerta de un hotel…’, todos sabemos que viene ahora. Mi vecino de concierto anda desencajado, ha decidido hace tiempo abandonar las aburguesadas sillas y con un faldón de la camisa por fuera del pantalón, sudado, y jugándose la cara en las primeras filas, grita como una fea groupie lo que todos pensamos. Coche clásico americano. Ocho letras. Punteo de Mendez. Siempre quise ir a L.A., dejar un día esta ciudad… Esta canción es como el buen vino, mejora con los años, e indudablemente ha marcado las vidas y los mejores momentos de una generación con tele de dos canales, de fracasos con Naranjito y Quintas varias, pero que fuimos, o así lo pensamos, los mejores. Sabino y el Loco se funden en un abrazo sintiéndose supervivientes. Vivieron en el alambre, nadie daba un duro por ellos, ni por sus cuerpos, pero aquí siguen. Per molts anys, chico de la bomba.