lunes, 17 de enero de 2011

LOS PERROS DEL BOOGIE. VALENCIA, 15 ENERO 2011

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Ahora que unos tíos serios nos dicen y advierten que los alienígenas, cuando vengan, no serán entrañables como ET. Ahora que otros que miran al cielo nos trastocan los horóscopos por obra y gracia de Ofiuco, necesitamos una vela encendida para que sea rock lo que suena en el canal 69, porque una noche cualquiera puede que te diga que ahora eres mía. Y como bien dicen ellos con el nombre de su gira, ‘Si no lo haces tú, lo hará tu hermana’, damas y caballeros, en el vestuario local y añadiendo una fecha en su gira tras agotar el papel, Los Perros del Boggie.
Es lo que tiene esto de las prohibiciones, las que se venden en los estancos y las de las esquinas. Provocan tumultos allá donde la peña se busca la vida, o sea, los baños. Y después de una buena noche de rock, la gente necesita tocarse, hablarse al oído, saciar su instinto depredador y hedonista de la manera más rápida posible, sin remordimientos. El rock nos vuelve a los ochenta. Pero seamos justos con la cronología de los hechos y trasladémonos al encendido de los amplis.
Sala Wah-Wah, Valencia. Hemos cenado bien, llegamos pronto. Sabemos que en breve esto va a reventar, de hecho casi nos quedamos sin entradas, pero de algo ha de servir ser amigo del manager, y con un par de llamadas, el gran Pepe Cortés nos soluciona el problema. Estamos dentro. Cerveza, primera fila y a escuchar a los teloneros. Rembrandt 42. De Barcelona. Rock alegre, divertido y con mucho mérito al advertir el cantante que tienen al guitarrista de baja gripal y que, aunque hoy sean cuatro, ellos son cinco. Geniales sus versiones de Fraguel Rock y, sobre todo, Bohemian Rhapsody, con una demostración de voces de coro. Momento de gloria, agradecimientos sinceros. Han cumplido su objetivo. Nosotros de momento, también. La sala se va caldeando hasta alcanzar el lleno. No han pasado ni treinta segundos que se han bajado los teloneros y pasan por delante de la punta de mis botas un grupo de damas que, a codazos y sonrisas, consiguen situarse delante del micro subido a casi dos metros, donde va a apoyar su nariz Ovidi, guitarra, cantante y frontman de la perrera. Antes de nada, un detalle. Ya me sorprendió verla en la prueba de sonido, pero me alegra la nueva, al menos para mí, Gibson Les Paul de Álvaro. Page y Slash han hecho escuela. Empezamos. Que sea rock, Una vela encendida y la húmeda Ahora eres mía sirven para arrancar y afinar las gargantas del personal, y para empezar a disfrutar de la espectacular manera de tocar y sentir la música de Ernesto, el bajista. Conecta con el público. No canta, pero no le hace falta. Su electricidad con las cuatro cuerdas forma un verdadero espectáculo visual, no exento de técnica, y sabe calentar y animar al público, incluso jugándose el tipo, si hace falta, por el show. El respeto a las fuentes viene con Canal 69 e introducen un nuevo tema, No quieras mi amor, provocando más de un temblor de rodillas. Los delincuentes y el ya imprescindible Rocanrol y fibre de Pappo Napolitano nos trasladan a locales de añorado, o no, humo y rincones oscuros. El teclado de Gabrielle del Vechio con la divertida No necesito nada nos alcanza para refrescar las gargantas con un malteado, como no podía ser de otra forma. La excelente letra de solitario herido lleno de desamor escrita por el monstruo de los parches Beto en Buscando una luz me convence, otra vez, que son, y serán, una gran banda. Y nos llega la primera anécdota. La flamante Gibson de Álvaro se descuelga de su hombro, se partió el anclaje. Ovidi mira a su hermano por si necesita ayuda, pero va sobrado, se sienta en el escenario y sigue como si nada, mientras David ‘Lobo’ saca su capote guitarrero para tapar a su colega. Era una señal, era necesaria la aparición de la guitarra heavy de Álvaro, con pegatina trasera incluida, para sacar todo el jugo a la parte final del concierto. En ese momento las aguas ya no existen en el escenario. Corre la cerveza y los gintonics, mientras los hijos de la televisión, héroes del alma y la pasión, gritan que estamos Solos ante el rocanrol, aderezado con notas de Chuck Berry. Las guitarras del ayer, La maquina del tiempo y En esta ciudad, posiblemente no necesariamente por este orden, preparan a la audiencia, sudorosa, entregada, y alguno con mono de nicotina, para el arreón final. Para ese entonces, nuestro ídolo Ernesto, entregado a la causa había intentado subirse a una banqueta en frente del escenario, destrozándola por completo y provocándole un cuerno al que suscribe tras golpear con el mástil de su bajo en mi cabeza. Tranquilos, la sangre no llegó al río. Ni la suya tampoco. El momento delirante de la noche viene al compartir Ovidi la experiencia surrealista de una entrevista previa al concierto en la que les invitaron a degustar comida de perro, haciendo un guiño a su nombre de guerra. Tengo curiosidad por saber si montando un grupo llamado Johnnie Walker etiqueta negra y Caviar Beluga, con el gran Chemi al bajo por supuesto, la entrevistadora nos invitará a esos manjares servidos en su ombligo preguntón. Pero bueno, estas divagaciones creo que son los efectos del golpe de bajo, así que supongo que la respuesta no la tendré nunca. Con una intro de Dire Straits enlazan su pelotazo De nada sirve hacerse mayor. Excesos, poses, rodilla en tierra, entregados. Están contentos, felices, tienen el partido ganado. Y lo sentencian con el recuerdo a aquella mítica sala roquera al cien por cien, que era el Roxy y sus chicas, que fuman, beben y hablan con los hombres. Y tras el post concierto, en el que la música enlatada estaba a años luz de la pasión del directo, con aquello que hablábamos de las prohibiciones, el hedonismo y observando a diablesas con cara de ángeles bailando como si no fuese a amanecer nunca más, buscamos el callejón donde domaron a mi generación, levantándome con la luz de la mañana y sin querer hacer nada, solo retroceder a donde las cosas salían siempre bien. El que avisa no es traidor. Para nada estamos solos ante el rocanrol. Tenemos, entre otros, a Los Perros del Boggie.

miércoles, 12 de enero de 2011

JUNTALETRAS. CAPÍTULO IV

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La verdad es que no sabía que decir. Tapado con una especie de manta brillante y bebiendo té caliente que alguien le dio, intentaba recordar algo antes del momento en el que se cruzó por su camino, mientras los reflejos de las luces de las sirenas se mezclaban con las estrellas. Ahora tendrá que responder a muchas preguntas, de las que no tiene, o no recuerda, las respuestas. Porque después de aquel cruce de caminos, ya nada volverá a ser igual. Hasta los colores tenían tonalidades que nunca creyó apreciar. Culpa de la química, pensó. O de su física. O de la química aplicada a su física. A su físico. Lo bien cierto es que se encontraba como recién salido de un sueño. Como si hubiera vivido cien vidas en una sola. O una vida vivida cien veces. Con momentos pasados a cámara rápida y otros momentos ralentizados eternamente. Con Josele cantando de fondo. Iba a tardar mucho en encontrarse a sí mismo. Mientras recordaba como había llegado hasta allí, maldecía al efecto mariposa. Con no haber ido a esa exposición, se hubiera salvado de la quema. Y se salvó. De milagro. Para una vez que se anima a ir a esos sitios, casi le cuesta la vida. Una visita rápida, compras unos catálogos y a casa, recuerda que pensó mientras se ajustaba el nudo de la corbata frente al espejo. Mucho de todo en la galería de arte. Diseñadores de moda, actores, modelos, pintores. Gentes de mal vivir, con un buen departamento de relaciones públicas para estar por encima del bien y del mal. Le pareció ver a un deportista que estuvo metido en un lío de sexo con menores, del que al final fue absuelto. Recuerda que ojeaba el catálogo en versión japonesa. Una solemne tontería porque no sabe nada de japonés. Incluso detesta el shushi. Pero así alargaba un poco estar allí, y poder tomar otro moêt. Nadie le esperaba en casa. Desde que N se fue, el momento álgido de cada noche era elegir la cena y decidir cuantas cervezas tomar, así que se podía permitir un poco de descontrol. Aunque fuera miércoles. Y aunque fuera un inspector territorial de la Agencia Tributaría. El más joven de España. Con la nota más alta en veinte años de exámenes. Mientras veía el catálogo, miraba como se movían los tacones que sujetaban unos tobillos que, sin duda, eran los más estilizados del lugar. Como un director de cine con su cámara, fue subiendo el plano de su visión a través de un vestido de raso verde por unas rodillas, una cadera y una cintura con cinturón, hasta llegar a un escote asimétrico que dejaba al aire un precioso hombro. Tuvo la tentación de no pasar de ahí, pero se acaloró al darse cuenta que los tacones que movían el resto del traje, habían parado de taconear y estaban a menos de tres taconazos del catálogo y la copa de champán, con la punta de los zapatos, unos manolos, señalándole a él sin ninguna duda. No tenía elección. Así que completó su plano. Enigmática. Esa sería la palabra que la definiría, si tuviera que hablar de la cara de la chica del traje de raso verde. Con todo en su justa medida. Ojos verdes, que color si no, cejas, labios, maquillaje sobrio pero elegante y joyas discretas de oro blanco, a primer golpe de vista. Me gusta más la versión francesa, le dijo ella cuando se quedó a dos pasos de él. Aunque lo importante son las fotos, te las imaginas con otro ritmo ronroneando en francés los títulos al pie. Es curioso que recuerde el inicio de la conversación, y solo tenga breves fragmentos del resto. Aquello de la cámara rápida y los momentos ralentizados. Eso sí, ella se reía mucho, pero no recuerda de qué. En cada sonrisa, sentía un impulso que no experimentaba hacía mucho tiempo. Pero no sabía como se encontraba en la cuneta rodeado de los cuerpos de seguridad y la asistencia en carretera. La sangre ya no le hierve, cuando pensaba en su buena suerte.

lunes, 3 de enero de 2011

VEINTEONCE

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Nuevas cifras. Buenos propósitos, mejores deseos y una aureola de falsa alegría y paz para el mundo. No es algo placentero para aquel que prefiere el gospel, igual que los grandes, a los peces en el río, y más si atronan antes de celebrar el cumpleaños de la Constitución y no se pulsa el off, hasta pasados los caballeros del GPS brillante del oro, incienso y mirra. La adopción de nuevas, y buenas, costumbres me libró de dar besos y abrazos faltos de virtud, por aquello de lo usados que lo están, junto con la palabra edulcorada las noches del 24 y del 31. La primera noche fue por puro placer y la segunda por griposa necesidad, pero me ofertaron un plan alternativo, catódico y casero muy agradable. Sobre todo el 31. Donde antes había traje de gala, carmín en la camisa y una resaca de campeonato ahora había manta, cena ligera, ibuprofeno, una buena copa de brandy y películas clásicas. Bueno, no se si los bailes de pandillero de un joven Travolta con tupé llega a la categoría de clásico para los puristas. Y tampoco tengo claro que compartir birras y bolos con El Nota, con Dylan marcando sus pasos en bata lo sea, pero si lo son las andanzas de Cary Grant, James Manson y Eva Marie Saint por el monte Rushmore en ‘Con la muerte en los talones’ y los zapeados con cantantes de ritmo chicle en las teles generalistas. Y con la mezcla de la droga regulada y la destilación en sangre del brandy, la gran pregunta. ¿Y ahora qué? ¿Seguimos igual o intentamos mejorar? La verdad es que no me ha ido mal este Veintediez. Música en directo, de la buena, viajes, nuevos lazos, paraísos, ensaimadas, muchos brindis, camaradería, sigo con nómina, nueva y mejorada emisora radio de cabecera, tic-tac en mi cabeza… Si, no ha estado mal, y no ha habido bajas en el once inicial ni en el resto de la plantilla, así que podemos darnos por satisfechos. Y encima el uno de enero, con ausencia de efectos secundarios alcohólicos, bastante tenía ya con los gripales, la lectura, la siesta con inverosímiles torsiones de cuello y, de nuevo, la tele de pago con sus programas. Pelos como escarpias, otra vez, con el gol de Iniesta y todo lo que significa, antes, durante y después de la volea, atracos perfectos a casinos, John Belushi haciendo reír a toda América en cada página mientras se muere por dentro entonando la verdadera balada triste de trompeta, dos o tres sms típicos y un par de llamadas repletas de cariño. Vale que quedan cosas pendientes. Torradas, Drach, noches mezcladas con mañanas de marzo, conciertos con el Gran Chemi y el Maestro Cortés, robarle besos a alguna Géminis, pedirle perdón por hacerlo, suplicar que me lo vuelva a dejar hacer y despertar del sueño, las cenizas del padre de Keith en negro sobre blanco, el perfeccionamiento del Bloody Mary, lo nuevo de Igor Paskual, el próximo e inminente pelotazo nacional de Uzzhuaïa, saltar desde donde las casas parecen fichas del Monopoly, perderme con buena compañía en alguna parte de cualquier sitio. No ando falto de tachones en mi lista. La seguiré ampliando, seguro, mientras en mi ipod, lo que algunos llaman cerebro, suena Robe y la filosofía de vida que entona con ‘Salir’. Echamos el cierre a estas primeras cuarenta y ocho horas ganando en el ultimo minuto con un gol en fuera de juego, y solo me viene a la mente aquello de ‘…yo, más humilde soy, y sólo quiero que la ola que surge del último suspiro de un segundo, me transporte mecido hasta el siguiente…’. ¡Feliz Veinteonce!