viernes, 25 de mayo de 2018

Las efemérides de mayo y Kondogbia, la primera piedra.

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Mayo, a lo tonto, es un mes de efemérides. Así, de primeras, un 23 de mayo, de 21.30 a 21.45 fuimos campeones de Europa. Lo recuerdo como si hubiese estado allí, mirando el habitat de la grada. Nunca se estuvo tan cerca. Quizá en los penaltis. Pero en ese descanso, mirando insistentemente el marcador con el uno a cero era media asa de la copa. La trayectoria indicaba que el equipo era correoso. Era la Cúperativa, una perfecta maquinaria engrasada para defender y ser letal. Pero dos penaltis en una final y aquella de Zahovic hicieron que la hostia fuese morrocotuda. Nunca sabremos ya que hubiera pasado si Mendieta hubiese levantado la copa. Quizá hubiese sido el estilete de oro y el ciclo hubiese seguido con las ligas, la Europa League y algo más. Quizá la chilena de Rivaldo y Gaspart desencadenado en el palco nos la hubiese soplado. O quizá, probablemente, la Copa de Europa hubiese llamado a las moscas a la miel y hubiéramos repetido la historia de aquel Olympique de Marsella de Bernard Tapie, arrasando con todo y vendiendo al club a los bancos y a inversores extranjeros.

Aunque mayo tiene truco en esto de las cosas que pasan. En mayo se resuelve toda competición que se precie. Las ligas se ganan, o se pierden, en mayo. Las finales europeas igual. Entonces, mayo tiene tantas efemérides como veces que has tocado chapa o has estado cerca de hacerlo. En mayo celebramos ligas individuales y ligas con doblete. En mayo se casaron amigos y dejamos la tele enchufada con la clasificación del teletexto, testigo mudo de las elucubraciones etílicas sobre las cosas de la vida y del balón. Mañana, en otro barrio, puede escribirse otra efeméride. Blanca o roja, según ganador.

Mayo también tiene, a pesar de los protagonistas, efemérides luctuosas. En un mayo se fue Puchades, de Sueca, valenciano y valencianista, del que dice que se llevó a la ciudad una maleta llena de comida por si pasaba hambre de la que dieron cuenta sus compañeros de vestuario. Probablemente es una de las enseñas de este bicharraco de casi cien años. Cosa que conviene recordar desde el club siempre, no este año, reaccionando al sentir popular de las redes, con esa enciclopedia de datos y fechas a señalar que es @ciberchenet. Incluso hasta nos arranca una sonrisa cuando una tarde de mayo, Pablo Aimar hizo aquella rabona en Orriols.

Y a falta que las obras del estadio arranquen de verdad de la buena, en esta semana de mayo se han puesto las primeras piedras de construcción de este nuevo Valencia que se vislumbra. A la renovación de Gayá, siempre en candelero, incluso dando por hecho que iba a ser vendido en esta temporada, se une, demostrando cierto músculo de cartera, el fichaje de Kondogbia, hasta ayer, a préstamo por parte del Inter. El bueno de Geo ha revalorizado su valor, apostando por un equipo que venía de vagar por el desierto, ha rozado volver a ser internacional. Bueno, eso lo intuimos desde aquí, porque no recuerdo a Deschamps visitar Mestalla para ver en directo a King Kond y ese saludo rapero que hace con el personal del club lo podrá repetir cuantas veces quiera la próxima temporada porque se queda. Es una buena noticia, sin duda. Es un motivo de ilusión ante lo que nos viene encima. La Champions, nada menos. Esa que nos fabrica efemérides. Esa que nos hizo llorar.

Viva mayo, ¿no?

viernes, 18 de mayo de 2018

Pinceladas sobre el futuro del Valencia.

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Oigan, ¿cuándo comienza la temporada? ¿Ya? ¿Y ahora? ¿Y ahora? Sí, querida persona que lee -ya saben, lenguaje inclusivo-, servidor ya está cansado de esto y no ha hecho más que empezar. En realidad, ni siquiera ha acabado. El domingo hay partido. Contra el Depor. Donde Seedorf parece que manda mejores mensajes delante del micrófono que delante de la plantilla que ha intentado salvar. Con Lucas Pérez de artillero mojado. Que vuelve a sonar para el Valencia. Ahora, que está en Champions. Ahora, que si que mola jugar en Mestalla de local. Bueno, es la ley de fútbol. No vas a pretender que un gallego se parta el pecho y se declare en rebeldía por jugar en un equipo que parte de la mitad de la tabla. Puestos a ir a un histórico en crisis o al equipo de tu tierra, la elección estaba clara. Y la institución, el Valencia digo, no transmitía la tranquilidad y la seriedad como para seducir a futbolistas con intención de revalorizarse. Pero llegaron Marcelino, Uría y el resto del equipo y ya saben como acabó la historia. Cuartos. A la Champions. Con exigencia. Sin alcurnia, más allá de la histórica. A los bombos de cola. Pero todo bien. Nos gusta.

En realidad, eso es lo que importa a la parroquia. A día de hoy, creo que pocos en la trinchera valencianista estarán sacando cuentas por el tema de la multa europea, los pagos a los bancos y las calculadoras para que Guedes se vuelva a poner la 7 blanquinegra. Quizá algún tronat dispondrá de sus notas, sus tablas y sus cálculos para ello. Pero esa persona, si existe, no conoce a Mario Selma, @VCF_Blog imprescindible cuenta en Twitter económico-deportiva del Valencia. El trabajo menos bonito de todos los que tiene el estar en la nómina de un club de fútbol. Y oigan, es importante que la cosa cuadre. Porque este año de más ganado deportivamente, se esperaba ser equipo de Europa League, permite adelantar y recortar espacio con Sevilla y que no tome más distancia el Atlético, que ha sorteado sanciones, ventas en enero y recortes de plantilla de manera sobresaliente, incluso dando a Torres la opción de despedirse alzando una copa para alegría de ese medio valencianista en Madrid llamado Rubén Uría.

Pero es que la cosa va un poquito más allá. A esta manera de restar se le añade que, por ciclo vital, los dos extraterrestres que juegan en Barça y Madrí tienen dos o tres años. Quizá cuatro. Y es preciso que, cuando se vayan a la playa, la tiranía flaquee. Y ahí debe estar el Valencia. Preparado, agazapado, trabajando sin descanso en la sombra. Con la modestia propia del que sabe que nunca se hará rico trabajando pero si vivirá con cierta comodidad. O del resentido por ser despojado de todo preparando su venganza, si quieren ser más literarios y fijarse en el Conde de Montecristo. Esa es la verdadera realidad del Valencia. Sabedores sus gestores que se erró en el pasado. Viviendo por segunda vez lo que es sentir a la grada vibrar, que es lo que hace que la masa active la sístole y la diástole emocional. Incluso detectando que la prensa local es mucho más importante que las redacciones nacionales. O, por lo menos, lo son al mismo nivel, porque vertebran y practican, desde la información, valencianismo. No digo que haya pleitesía, no hablo de volver al 'Juan, gracias por todo'. Hablo de lo que está pasando en este final de temporada. Entrevistas en los medios, facilidades para trabajar, terminar con esos dobles raseros que suponemos los que estamos al otro lado. Abrir el Valencia al aficionado. Dar razones para que ese chaval, que comienza a sentir curiosidad por eso llamado fútbol, se decante por la camiseta de Gayá, de Soler o de Zaza antes que por la de cualquier otro equipo.

Que empiece el fútbol. Que queremos ver todo esto ya. Porque nos gusta eso de #yosoyvalenciacf.

Como no nos va a gustar.

viernes, 11 de mayo de 2018

Calculadoras y serpientes de verano en mayo.

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Foto: www.valenciacf.es

Pues se ha acabado la liga. Sí, ya se que todavía quedan dos jornadas. Pero ustedes y yo saben que son irrelevantes. De hecho, lo único que merece la pena es que, por capricho del calendario, cierras la liga en Mestalla y los jugadores que intuyen que no seguirán la temporada que viene podrán despedirse de la parroquia de manera correcta y señorial. No creo que lleguemos al nivel de Alemania, con respeto absoluto, pero algo es algo.

Y, en estos momentos, la cosa se centra en el desagradable tema de la pasta. El pago a los bancos, los hipotéticos ingresos por entrar en Champions, el market pool de la tele o el valor de la parcela de Mestalla, por enumerar los más sonados. Ahora todo es calculadora y sacar balances económicos, apuntes y cuentas de la vieja. Porque claro, de una cosa depende la otra. El tener pastita fresca, o la previsión de tenerla, va a ser fundamental a la hora de reforzar la plantilla para el año que viene, que toca viajar por Europa mínimo por seis partidos. Bueno, en realidad juegas tres partidos por Europa, pero ustedes ya me entienden.

Y ahí ya entra que si se vende a Rodrigo por el efecto Griezmann, que si Aspas no ha rendido más allá de Vigo, que Zaza puede que vuelva a Italia previo pago de más de veinte kilos, que quizá por Neto pagan el doble de lo que costó este verano (Por cierto, ¿alguien se acuerda de Diego Alves?). Incluso durante esta semana Alcácer ha estado en el disparadero, por una supuesta llamada de Marcelino. En el Twitter de Café Mestalla, donde pueden leer mis crónicas de los partidos y algún que otro artículo extra, se hizo una encuesta sobre la vuelta de Paco a Mestalla. Y el personal tiene claro que no quieren que vuelva, porque ha quedado en la retina del aficionado que se marchó cuando iba camino de ser referencia y referente de un Valencia que necesitaba todos sus activos y un plus de sentiment por parte de los que pisan el campo. Aunque también les digo que, si volviese, con una declaración expiatoria y tres o cuatro buenas actuaciones, algarabía general. Es la magia del fútbol. Lo bonito de ello. Todo se purga cuando el jugador lleva tu escudo. Será un canallita. Pero, ojo, es TU canallita. 

Luego ya tenemos, en versiones más o menos espacias, lo que se denomina 'el dramita nuestro de cada día'. Abres las redes y siempre hay algún problema y bandos de ofendidos y meninfots. A saber, el rendimiento de Parejo, donde hay titulados en periodismo que, si algún día el bueno de Dani se gira de repente tendrá clavada la cara de estos en su trasero, el baño del presidente Murthy tras la clasificación para Champions (¿Recuerdan cuando Llorente celebró un empate en el Bernabeú? ¿O era el Nou Camp?) o el largarse al Golfo Pérsico por un puñado, gordo, de dolares y participar en una patochada de partido que era lo menos importante de todo. Que sí, que a mí me gustaría que el Valencia fuera un referente en valores, que se posicionara del lado del débil o desfavorecido, pero el club de fútbol tiene detrás unas siglas que son igual de importantes o más que CF o FC: SAD, Sociedad Anónima Deportiva. Y estas tres siglas entienden de números, de balances contables y ingresos atípicos. Y precisamente eso, atípico, es ir a disputar un partido de 60 minutos a Arabia para homenajear a un jugador local que recibe un beso de su madre tapada hasta los pies y que se para para rezar, como manda la tradición de la zona. Pero es medio kilo, tetes. Y todo ingreso es bien recibido. Ya nos pondremos estupendos cuando no debamos nada a nadie y podamos abanderar causas justas. Aunque también podemos abanderar esas causas desde ya mismo. Pero olviden lo de jugar Champions y tener a Guedes y Kondogbia. A día de hoy hay que ceder por alguno de los flancos. Y si toca tragar, como hacemos usted, yo y mi prima, con unas exigencias leoninas en nuestros trabajos, se traga y punto. Con independencia económica es más fácil ser independiente.

Ahora, lo que servidor no hará nunca es avergonzarse de su club por este tipo de decisiones, tomadas por gestores temporales. Si les ha tocado estar ahí, es por los motivos que todos conocemos. Se puede sentir vergüenza ajena por los dirigentes, por los entrenadores que no lo son o por los jugadores que se arrastran en el campo. Pero avergonzarse del club y agachar la cabeza, nunca. ¿No creen?

viernes, 4 de mayo de 2018

Porqué no somos del Madrí.

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El que avisa no es traidor. Todo esto que van a leer probablemente ya lo sepan. No van a encontrar la cura contra el cáncer, ojalá, ni el banal secreto de la fórmula de la Coca-Cola. Lo que viene a continuación es una narración de hechos, una visión desde la su periferia sobre aquello que parece camino de convertirse en verdad por repetitivo: el reventarles la cabeza cuando observan, leen o escuchan que el resto de España no es del Madrid y la manera zangolotina de atufarse al descubrirlo.

Verán, servidor ha vivido, en su infancia y preadolescencia, aquel Madrid de Zanussi en la zamarra y morado en el color. Recuerda como se fichó a un tal Lozano, sevillano en Bélgica, solo por un buen partido contra ellos en el Anderletcht. O más adelante a Congo, aquel colombiano dentista que acabó en el Levante. Y todos parecían el mirlo blanco. De hecho, la capacidad que tienen desde las redacciones castizas de redactar odas a cualquier cosa blanca, desde la presidencia hasta la utillería, daría para libro gordo como el de Petete. También es cierto que aquellas frases míticas, como el espíritu de Juanito y aquella milonga de chutar fuera en la primera jugada para que el portero contrario se acongojase al oír el contacto del balón contra la valla metálica de publicidad son eso nada más. Milongas. Milongas que usted las podría llamar otro fútbol. Y no eran más que usar todo aquello que estuviese dentro de la legalidad, rayando añadir la i prefija, para equilibrar balanzas. Ya ven, que curioso. Justo lo que ahora desdeñan de sus rivales actuales. Pero claro, en aquellas épocas posteriores al Mundial de Naranjito, la España futbolera no era asociativa ni potencia mundial. Era furia roja, con melenas canallitas y cadenas de oro al cuello, como las de Poli Rincón, más bético de carrera que nada, aunque sea comentarista blanco de cabecera. Y los buenos, los Balones de Oro, jugaban en Alemania o Italia. Y a la Quinta del Buitre, tiránica con sus cinco ligas consecutivas, le calentaban el morro cuando salían con el pasaporte a Milán, Munich o cualquier otro lugar. Pero, siempre hay un pero, con esas no se palpaba ese ambiente adoctrinador de los programas de deportes. Que no eran salsa. Eran radio y competencia. Y podría estar García entrevistando a Ablanedo II por ser simplemente el mejor portero del momento, jugando con el Sporting. Y no tirar horas y horas sobre banalidades del Madrí, por devoción, o del Barça, por satanismo. Cambien la ecuación en Cataluña, aunque el resultado sea el mismo. No entienden, como clama Arbeloa a los cuatro vientos de Twitter, que el hastío viene por la sobre exposición. Puedes adorar la tortilla de patata o la paella. Pero si la comes todos los días, acabas aborreciéndola. Y el que escribe cree que todo comenzó cuando Raúl pegó una patada en la habitación del fútbol profesional. El, por aquel entonces, chaval te entusiasmaba con su garra, con su genio y con su voluntad de jugar a tope, sin pensar en el mañana. Y te caía bien porque veías que era de verdad. No muy hábil con la palabra, reflejaba modestia cuando le ponían un micro delante. Los de siempre, pongan ustedes nombres, lo subieron a los altares con sus cirigañas. El chico tuvo su bajón, noche madrileña mediante, pero supo reconducirse, a pesar de seguir con las trompetas y clarines de allá aquellas redacciones. Y ya maduro, con aquella celebración de goles reivindicativa señalando su nombre en la espalda de la camiseta llegaba a tener cierto nivel de lastima como aquel 'Me lo merezco' de Michel con España en Italia 90. Lo dicho, con el rebautizo a Raúl por parte de ellos, llamándolo 'El siete de España' comenzó todo.

Y la cosa se fue de madre. Y Floper quiso ser Bernabeú. Y los Zidanes y Pavones. Y el pie derecho de Beckham en la Castellana. Y el izquierdo también. Y Ronaldo, rebautizado también. Y pufos a los altares, como el bichito Jesé. Y todos los del Madrí creyéndose linajudos por ser del equipo que son. Y los Homeros, como Jabois, al que sigo queriendo robarle el alma, o Diego Torres, con menos fortuna y admiración por ser soplador, teclean sin disimulo sobre ello, unos con más verdad que otros. Y los gallos impostados de Esteva ante la chilena de Ronaldo, al que todos llaman Cristiano como buscando un guiño religioso de conversión. Y si hacen el puente aéreo, pasa tres cuartos de lo mismo. El fútbol no es fútbol si no se dan veinte pases seguidos, Luis Suárez y sus guarradas, Messi, Busquets, Piqué, el guardiolismo perpetuo y, sobre todo, esa absurda manera de hablar técnicamente como supongo hablaban los apóstoles del barbudo de aquella Nazaret de la Biblia.

Aquí cada uno puede ser del equipo que le plazca. Sea el de al lado de su casa o de la otra punta. Faltaría más. Aunque no concibo serlo ni sentirlo si no lo ves en el campo, si no creas una comunión con el ambiente, con el sufrimiento, con el vecino de grada. Llámenme clásico. O viejoven, si quieren. Lo divertido, si ves ganar a tu equipo es lo extraordinario del caso. Casarse cada año debe ser lo más aburrido del mundo, supongo. Y después de ver ganar a tu equipo, lo más divertido es ver a los aficionados de Madrí y Barça discutir, con más o menos sangre en los ojos y en los huevos, sobre los méritos, sobre si las chilenas son un churro o uno de los mejores goles de la historia y ver las caras cuando una Roma sin Totti te obliga a decir "Ciao" a esa Champions que, con el mejor del mundo, ves más finales en la tele que las que juegas, andando con el orto prieto por si el sevillano con el cuatro la vuelve a levantar.

Y ojo, que por las gentes de bien de esos equipos, te alegras. Pero dejas de ver la tele o escuchar radios. Porque eso ya es parafernalia. Y en el Sálvame sale un tipo con la bufanda cuando es caballo ganador. Postureo. Por esos, me da igual. Aunque siempre, desde aquí, se bancará a cualquiera de los otros dieciocho de la Primera y a cualquiera de Segunda, como el Sporting de Rodri Faez e Igor Paskual, o el Córdoba de Agredano, o el Sevilla de Pepe Lobo, o el Villarreal de Héctor Molina, o el Oviedo de Cotrina y su hijo.

Porque, aunque les parezca extraño, no somos del Madrí.