viernes, 28 de octubre de 2016

Entrenadores de base, personas de élite. Ramón Alapont.

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Llevamos toda una semana hablando de lo mismo. 'Lo mismo' es, dentro del particular universo del balón, la falta de respeto de unos deportistas de élite, bien pagados y con la vida resuelta si no pierden la cabeza, con respecto a los aficionados del equipo contrario después de un gol en el último segundo. O, si lo ven desde el otro lado, la agresión sufrida por unos deportistas indefensos ante el lanzamiento de objetos e improperios varios solo por el hecho de marcar un gol en el último segundo.
Lo bien cierto es que los valores que desde las escuelas de fútbol base se enseña por monitores anónimos parece ser que se vayan por el sumidero conforme los ceros van sumando en las cifras de sus cuentas corrientes. Los flashes, los elogios y el conseguir sexo las cosas sin apenas esfuerzo, van enterrando aquellos valores iniciales de belleza al deporte que enseñaron en algún momento los entrenadores de base.

Como, por ejemplo, Ramón Alapont.

Ramón fue un hombre dedicado en su vida al balón, en su vertiente más modesta. Jugador de tercera categoría en sus años mozos, cuando las piernas no le daban para aplicar el fútbol que tenía en la cabeza, pasó al otro lado de la raya de cal. Aplicando el sentido común a todas las enseñanzas a cada uno de los chavales que pasaban por sus manos. Inculcando valores para la vida en el campo de entreno y de juego, donde el contrario es rival, no enemigo. Donde la deportividad debe imperar ante todas las cosas. De todos aquellos cientos, o quizá más, que pasaron por sus manos, tal vez uno o ninguno ha llegado a vivir del fútbol a pleno rendimiento. Y quizá si hubiera vivido mil años, ninguno habría llegado. No por las condiciones de los chavales. Por sus manos han pasado talentos que, a veces, han tenido la mala fortuna del camino complicado o no han tenido ese golpe de suerte, puedes llamarlo padrinos, necesario para dar el salto. No conviene poner nombres a estos casos, más que nada porque quizá tú no sepas de quienes hablo si personifico tácitamente y puede que, si lo hago, tenga papeletas para recibir algún puñetazo en la barra del bar como respuesta del que tiene el orgullo herido. Así que dejemos mis ojos y mis dientes en paz en este sentido.

Estos entrenadores, de vieja escuela, forman, sin saberlo a los hombres que serán frente a la vida. A distinguir lo justo de lo injusto. Lo bueno de lo malo. El no engañar en el campo, se traslada a la vida. Ahora, los modernos imparten clases de coaching, adaptando conocimientos deportivos para el desarrollo personal o empresarial. Cosa que, sin tantas pijadas, llevan haciendo toda la vida tipos como Ramón. Con unos ingredientes muy sencillos: enseñar y educar a todos y cada uno como si fuesen hijos propios. Tan fácil, tan difícil.

Ramón se fue con Caronte no hace mucho. Y su ausencia física se empezó a llenar con el florecimiento de sentimientos, de palabras y de movilización popular. Con el deseo que su recuerdo permaneciese para siempre, incluso para quienes no lo conocieron. Incluso para quienes no tuvieron la suerte de cruzarse con él. Y algunos de aquellos pequeños futbolistas, convertidos ahora en hombres de bien y padres de familia, comenzaron a remover conciencias para que, en su pueblo, se rindiese el homenaje merecido. Y van camino de lograrlo. Movilizándose a través de las redes sociales, recogiendo firmas casa por casa y llamando a las puertas correctas de las instituciones, están en el camino de conseguir que el paseo que conduce al viejo campo de fútbol donde tantas veces entrenaba lleve su nombre. Y conseguirán que se realice una escultura en su honor para que, entre otras cosas, cuando pase cualquier chiquillo por delante de ella camino al entrenamiento, el pequeño, al que podemos llamar Hugo o Jaime, se gire y le pregunte a su padre que es esa cosa negra y grande y quien era Ramón Alapont. "Ramón Alapont fue un entrenador que tenía el papá cuando tenía tu edad y nos enseñó a ser honrados en el fútbol y, sin saberlo, en la vida. Y tu papá es como es gracias, en parte, a él. Y esa cosa negra es una escultura a modo de homenaje.", diría el padre con la voz emocionada. Y el hijo, hinchando el pecho y mirando con admiración a su padre, comience en ese momento a admirar a ese señor que tiene una escultura.

Espero, de corazón, que todos los propósitos fijados por aquellos pequeños futbolistas, hoy padres, se lleven a cabo. Y que todos los que han sido como Ramón en cualquier deporte tengan el reconocimiento merecido en todos los pueblos, en todos los campos o canchas de entrenamiento donde haya uno.

Por todos los Ramón del mundo y por el poso que han dejado para que este lugar sea un poco mejor.