lunes, 25 de mayo de 2015

Nueve Tragos. Quince años por amor o el principio de una hermosa amistad.

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Muchas veces se ha hablado aquí de esto. Aún así, son pocas, las veces que se deba glosar acerca del Nueve Tragos y su gerencia. Dicen los cronistas del mundo del balón que un equipo es la imagen de su entrenador. Pues bien, eso mismo podríamos decir acerca de Andrés Albert y como lleva las riendas de un negocio que cuando abril se convirtió en mayo cumplía quince años y que, en el momento inicial de parir estas letras, era todo un trajín de preparativos y acicalamiento general, del local y de su persona.

La historia, creo que ya la conocen: un fan de Loquillo con un sueño que se convierte en realidad cuando la propia estrella le brinda todo su apoyo en una de esas firmas de discos. A partir de ahí, la vida es de los que arriesgan, de los que apuestan todo a doble o nada. Porque Andrés es un tipo de los que arriesgan. Solo por el mero hecho de abrir un negocio ya merece el mayor de los respetos. Y montar un bar de copas con temática rock, en una ciudad estigmatizada con los tópicos de tetes, bakalas y música electrónica, bien merece un redoble con final en platos. Y a eso hay que añadir la personalización de eventos de cualquier clase, desde fiestas temáticas a veladas de cineclub, su sabiduría con los vinos (prueben su Teatinos, por favor) y los quesos manchegos, sin olvidar los servicios de restauración a domicilio, convirtiéndose en algo más que un simple bartender, un empresario multidisciplinar. Un tipo que hace feliz a la gente. Un tipo que me hace feliz.

Aunque todos los motivos arriba expuestos serían más que suficientes, hay un componente que hace especial el lugar y el sabor de cada trago. Andrés es tranquilo, sosegado y seguro que esconde alguna muesca en el corazón. Podría ver la vida pasar, sirviendo licores, estrechando manos y limpiando copas con la tranquilidad que otorga el disponer de un negocio con sus mil vertientes y reinvenciones constantes por el placer de crear, esperando al cierre para darse el placer de un copazo tranquilo, mientras suenan notas de jazz o alguna rareza del propio Loco y santas pascuas.

Pero no.

Él va a más.

Andrés consigue agitar las conciencias de sus parroquianos. Nos lobotomiza con su Jack Daniel's, sí, pero nos activa la cabeza y el corazón con sus acciones solidarias o con sus reflexiones con tintes literarios que nos hacen pensar, llorar o emocionarnos, en esa ventana al mundo que son las redes sociales. Y sin querer, toma partido de las injusticias de la calle, del abuso del fuerte -desde ayer bastante menos fuerte- con respecto al débil, porque simplemente es lo que pasa por delante de su casa. Justo como le pasaba a aquel Rick de «Casablanca» frente a los nazis en su bar. Otra cosa no sería posible viniendo de Andrés. En estos tiempos donde el marketing social está a la orden del día, Andrés consigue movilizar hasta al más parado de sus clientes a la mínima sugerencia. Orgullo de marca. La del Nueve. Y me importa bien poco si creen que esto es una de esas entradas que solo sirven para poner bien a los amigos a cambio de una borrachera patrocinada. No es el caso, ni puta falta que hace.

Hoy, casi un mes después de escribir el principio de estas líneas y con la resaca de muchas cosas, entre ellas la de su aniversario, brindo nuevamente por Andrés Albert. Porque ya no se hacen tipos como él. Desgraciadamente.