martes, 17 de febrero de 2009

Juntaletras. Capitulo II

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Damas y caballeros del desierto de los blogs, he aquí la segunda parte del Juntaletras. Nada que ver con la primera. Son textos sueltos que empiezan y terminan aquí. Sigo admitiendo comentarios malos:
Se puso a rebuscar en los bolsillos. Estaba seguro que tenía algo suelto, pero los pantalones que llevaba tenían más bolsillos de los que a el le gustaban. Prefería los de cuatro más uno de toda la vida, dos delante, dos en el culo y uno pequeño en la derecha delantera. Era el testamento de su última relación. Te quedan bien, cari. Nunca tuvo fervor por las cosas modernas. Aunque usaba Internet, seguía escuchando cedes y se dejaba perder por alguna tienda de vinilos. Quizá fuera el conformismo en el que se había convertido su vida, el dejarse llevar a favor de corriente. Premio. 50 céntimos. Café con un toque de leche. Latte manchiato, que decía el abuelo de ella. Sin azúcar. Desde que leyó en una entrevista a un tipo importante del país, que llegó a ser presidente de un equipo de fútbol, que lo tomaba así, dejó de tomarlo dulce. Puro. Sin mezclas. Sin cortar. Pero este si lo cortaba. Nunca se acostumbró al sucedáneo de café de hospital, a pesar de casi vivir pegado a una de las cama de allí cuando lo de su padre, así que mientras veía el paisaje de batas blancas y se encendía un cigarrillo, se preguntaba porque narices había ido directo a la maquina. Seguro que si hubiera pensado un poco, podía haber encontrado otra manera de pasar el rato hasta su turno.
Será solo una rutina. Una revisión. Muchos medicamentos, algunas visitas a la farmacia y una relación de conocidos transformada en otra cosa. Al menos sacó algo bueno. No hay mal que por bien no venga. La chica de detrás del mostrador era una antigua conocida del colegio, que se marchó a Madrid para ser la mejor artista que salió nunca en noventa kilómetros a la redonda, pero una lesión en la rodilla la partió por la mitad y tuvo que volver y ponerse detrás del negocio familiar. Se maneja mejor con las chicas de detrás de las barras por las noches, que con las chicas de detrás de los mostradores por las mañanas. Mejor escotes que batas. Pero esta bata parecía mejor que el más generoso de los escotes. Se creó una complicidad, con frases con doble sentido a las señoras que guardaban celosamente su turno como si fuera la carnicería de dos calles más abajo, para solo tomarse la tensión y dedicarse a la esforzada tarea de la merienda y lengua suelta. Y él se estaba convirtiendo en cliente habitual. Guardando celosamente también su turno y cediéndolo amablemente si le tocaba ser atendido por la auxiliar. Pase señora, que yo no tengo prisa y usted seguro que tiene cosas que hacer. Gracias bonico, muy amable. Que chico más agradable, le decían a ella. Y ella sonreía mientras cortaba el código de barras para pegarlo en la receta roja de pensionista.
Esta es la ultima fase, le dijo el médico. Debía continuar el tratamiento, pero el que no hubieran alteraciones era un síntoma positivo. Le dio una muestra y le receto el tratamiento completo. Le preguntó si podía darle el tratamiento en varias recetas. El médico hizo una mueca, proyecto de sonrisa y asintió.
Pasó las puertas acristaladas de la farmacia. Tres señoras, una madre joven sudamericana con dos niños y él era la clientela del día. Calculaba, mientras disimulaba fingiendo interés mirando las pastillas adelgazantes que anuncia una cantante que fue un fenómeno televisivo y que participó en Eurovisión, el tiempo que tardaría en ser atendido por ella, deseando que detrás de él llegase alguien por si tuviera que pasar el turno. Pero no hizo falta. Dos pomadas, un jarabe para la tos y unas tiritas fueron su espera. Un saludo y una broma inocente rompieron el hielo, que por otra parte era inexistente. Musitó que era la última fase del tratamiento y que va a tener que tomar jarabes o aspirinas a granel para seguir manteniendo la frecuencia de las visitas. Ella se rió y le contestó que no hacia falta que cada vez que se vieran hubiera un mostrador delante. Que podían celebrar su mejora de salud de otra manera que no fuera rodeados de medicamentos, cremas y antihistamínicos. Al oír esto, se le aceleró el corazón. Ella le pidió la receta. Nervioso y disimulando fatal los latidos, se puso a rebuscar en los bolsillos. Malditos pantalones. Siempre es mejor lo conocido.

miércoles, 21 de enero de 2009

Poderes caducos y educación perenne

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Nuestro director general es un buen tipo. Una persona que tiene pinta de haber trabajado duro, de haberse pelado los codos cogiendo moreno flexo, de haber tenido que aguantar las burlas de los zánganos de turno que solo buscaban ser populares y aplicar la ley del mínimo esfuerzo. Por eso, al final, la vida le ha recompensado con una buena mujer, dos niñas preciosas y una posición que, en estos momentos, es más que envidiable. Yo nunca he sido el más en todo, mi disciplina no es la más espartana que digamos y, aunque así no venderemos nunca la bicicleta, soy un poco desastre y despistado en materias fatuas y farragosas. Pero no creo que haya sido el caso del director general. Por eso, él es quien manda, y no yo. Se debe tener una pasta especial, haberse curtido en mil documentos, muchas horas de estudio, trabajo y recompensa futura, no inmediata. Debe haber renunciado a muchos eventos nocturnos de copa fácil y chicas desinhibidas. Y aún así, aparentemente tiene todo lo que cualquier hombre puede desear, y lo que cualquier madre quiere para su hijo. Por eso, cuando el otro día, estando en nuestro pequeño templo del relax donde nos alimentan el espíritu y el estómago, sobre todo esto ultimo, presencié una escena que tendría que haber tenido otro final. En medio de una conversación al humo del aroma del café y los cigarrillos con parte del equipo femenino de nuestra empresa, con conversaciones banales y carentes de trascendencia, entro en el local un tipo, con pinta de promotor inmobiliario del montón venido a menos, conocido del pasado del boss, que le lanzó algún improperio citando alguna cuestión del pasado. Tras hacer mutis por el foro, se situó en la barra. Yo, en mi lucha con mi bocadillo relleno de controlado colesterol, presenciaba la escena. En el momento del recuerdo del pasado por parte de este individuo, le cambió la cara y la expresión al jefe, y se hizo un silencio entre las chicas que hablaban, musitando la jugada. Intenté escuchar algún reproche para el constructorcete salido de alguna de las chicas que no acerté a descifrar. Después de meterse su copazo de licor, con aire altivo, volvió a acercarse al grupo y volvió a decirle algo a su antiguo conocido en plan "perdona pero es que antes eras tonto de cojones". No fueron exactamente las palabras, pero si la esencia del mensaje. Otro en lugar del director general, se hubieran levantado y le hubieran partido los morros al tipo. O se hubieran acercado y le hubieran susurrado alguna sutil amenaza al oído. Él no. Él se encargó de estrecharle la mano que le ofreció su interlocutor y a desearle buenos días, quedando por encima a todos los niveles. Aquí está la diferencia. Los corredores de fondo saben que esto es muy largo y que hay tiempo para todo. Los del dinero fácil y pelotazo instantáneo no saben de formas ni de modales, y tienen la memoria larga para lo que quieren. Y eso, igual que viene, se va.

viernes, 9 de enero de 2009

Tópicos típicos

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Entre las resacas de Nochevieja, escupiendo confeti y maldiciendo aquella penúltima copa que nos llevó a aquel rincón con aquella que ni miraste al entrar, los sentimientos de culpa y conversaciones imaginadas con el hígado pidiéndole perdón por el maltrato físico y el manido "no lo volveré a hacer más" y apurando las vacaciones pidiendo a los Reyes Magos el que se alarguen eternamente con un pelotazo de pasta lotera, hasta que no vuelves al mismo lugar de trabajo que el año pasado no te planteas aquello que todo el mundo dice que hace y luego no hace lo que dice, es decir, año nuevo, vida nueva. La verdad es que todas las listas son iguales y se reducen a menos vicios y más vida sana, mens sana in corpore sano, si utilizamos un latinajo o latinismo.
La verdad es que nunca se me han dado bien las listas personales de intenciones, y siendo un poco sincero, tampoco cumpliría ninguno de mis hipotéticos buenos propósitos, así que mejor seguir viviendo la vida tal y como la llevo hasta ahora, con desorden personal, orden laboral y rodeado de los amigos y rondando a las amigas de los conocidos de mis amigos, permitirme alguna esporádica llegada a casa cuando el sol esté arriba y mucho, mucho contacto carnal. Nada de mirar atrás, que igual me asusto de lo que veo y no acierto a recordar los errores cometidos, sufragados y disfrutados. No aprenderé inglés, soy más del francés, no pisaré un gimnasio, no regularé mi nivel de colesterol y azúcar y no perderé esos kilos que parece ser que me sobran. Y si alguna vez hago alguna de estas cosas, no lo contaré, no sucumbiré ante la rendición de los nuevos propósitos y será algo entre mi mens y mi corpore. Típicos tópicos.