jueves, 18 de septiembre de 2014

El allipebre y la cocina de nuestras abuelas.

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Foto: Ajuntament de Catarroja
El verdadero placer de los sentidos, o al menos el más mundano, consiste en recuperar sensaciones. Se puede viajar al pasado por los olores recibidos o por los sabores degustados nuevamente. Retomar el aroma a los guisos de aquellos domingos que te despertaban junto al canto tardío de algún gallo despistado, no hacen más que volver a nuestros años de pantalón corto, pellejos en las rodillas y canicas en los bolsillos, con imágenes de color sepia y voces que se fueron para siempre.
Somos de mediterráneo, latinos, y nuestra cultura en los fogones es cosa del matriarcado. En todas las casas hay veneración por los guisos de la abuela, por las recetas heredadas y por el ritual dominguero de reunión ante un buen puchero o arroz en cualquiera de las variedades. Pero en los pueblos bañados por el lago de L’Albufera de Valencia aún se recuerda, y se sobrevive, de la pesca de agua dulce y se disfruta del plato por excelencia de la anguila, el allipebre, comida llena de leyenda cuyo modus cocinandi no admite lugar a la discusión, si obviamos aquello de poner almendra y ciertas herejías perpetradas con harina.
Ajo, guindilla, patata, aceite, sal, pimentón colorado dulce y anguila cocinado en cazuela de hierro colado y a leña, preferiblemente. Buena compañía, buen vino y tiempo para una larga sobremesa es lo que hace falta para poder vivir con todos los sentidos una receta que algunos dicen inmemorial, pero que pueden consultar en la web de Anguilas El Galet, realeza del gremio, si les surge la curiosidad y el atrevimiento.
Dicen que la cuna está en Catarroja y en esa tierra, todos los años desde hace cuarenta y cuatro, residentes y amantes de la cocina reviven los guisos de sus abuelas, concursando por su mejor memoria y perpetuando el recetario de aquellas mañanas de domingo.
Si se acercan este sábado al Puerto de Catarroja, cuando sientan los olores, puede que vuelvan a sentirse niños con pantalones cortos.
Yo pienso hacerlo.
Porque no creo que exista otra forma mejor de decir adiós al verano.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Septiembre. Un mal necesario.

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“Cuando ganas te mereces champán; cuando pierdes, lo necesitas”. Napoleón Bonaparte
Probablemente, cuando leas esto, la zozobra y el llanto por la llegada del mes con peor departamento de prensa serán casi como los de aquel niño al que, justo cuando se le acaba el recreo, se le pincha la pelota. Y el giro del calendario nos da un lunes como uno de septiembre, siendo, sin duda, el peor lunes del año.
Atrás habrán quedado las mañanas al sol, a ver simplemente la vida pasar a pie de playa o de rio. A comer y a amar cuando te venga en gana. A robar besos a la luz de la luna. A enamorarte de lugares, de olores, de sabores. Ese mes, esos días, donde el desarreglo de vestuario no importa tanto, por mucho que digan las egobloggers de moda, nos dijo adiós con la mano desde la ventanilla de tren del calendario mientras nosotros corríamos por el andén, intentando alargar lo que no se puede alargar, y diciéndole que le echaremos de menos y que nunca habrá nadie como él.
Y quizá te espere una montaña de papeles, de trabajos que no respetan los estándares temporales establecidos. Y puede que te toque ver las innecesarias fotos de compañeros y/o conocidos con el redundante y estúpido pie de foto de "...con inmejorable compañía", aunque sea de refilón y a golpe de ratón. Y desempolves las zapatillas de correr, o la idea te pase por la cabeza. O te tires de cabeza al crossfit, al yoga birkam o a cualquier propuesta que el algoritmo de Google te provoque para sudar los excesos y la entrega a la Vida, con mayúsculas.
Agosto. Mes con aura de amante, de amor de verano, de esos que te dejan huella con un pequeño instante que puede ser para siempre. Que por cercano, siempre deja en mal lugar a su vecino septiembre, con olor a ducha fría y color del café necesario y que suena a canción kamikaze de Los Enemigos.
Hayamos ganado o hayamos perdido, sea cual sea la sensación, de alegría por recordar lo vivido o de nostalgia por aquello que se fue, las penas con pan son menos. Sean napoleónicos por esta vez y beban para contarlo.
Bienvenidos, a quienes hayan vuelto.