lunes, 11 de abril de 2016

Jabois ante una generación de neoyorquinos en el InCulturaFest.

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Fotografía: Raúl Riebenbauer

En la entrada que hizo Jabois para hablar de lo suyo en el InCulturaFest organizado por Verlanga lo único que se oía era el silencio. Es la manera que tenemos lo que entramos en una edad para demostrar el respeto y la admiración. Ese sonido, el silencio, es el mismo que he vivido las veces que Loquillo ha pisado el Nueve Tragos en cualquiera de las ocasiones que se ha pasado por casa de Andrés a tener su momento de relajación después de cualquier concierto en esta tierra. Es un momento casi mágico. El murmullo desaparece. De repente para ser todo silencio. Como cuando entras de sopetón en una sala y todos se callan porque están malhablando de ti. Pues esto igual, pero en bueno. En otros foros, con otras edades, los gritos y los llantos hubieran sido lo normal pero, con la edad, te haces más neoyorquino en este sentido. Porque cuentan que los habitantes de la Gran Manzana, cuando ven a alguien famoso y se mueren por hablar con él, le preguntan con indiferencia cualquier dirección del callejero, tan solo por el hecho de intercambiar palabras y, supongo, poder luego contarlo en el bistro de moda de turno.
Yo, sin ser de Nueva York ni haberlo pisado, abordé casualmente a Manuel donde buenamente pude, que no fue otro lugar que en el excusado de caballeros. No es el más idílico de los lugares, pero casi todo el mundo sabe que las cosas más interesantes y divertidas suelen suceder en los baños. En esas estábamos, él a lo suyo y yo a lo mío, cuando le pregunto de sopetón, como si de la misma manzana seis fuese «Oye, y tú, ¿de qué vas a hablar hoy?» Tan espontánea reacción, con coartada etílica si fuese a otras horas y en otros lugares, dio pie a una conversación corta pero interesante, polla en mano, sobre los hábitos de los que se sientan frente a la pantalla en soledad, bien sea de ordenador o de teléfono y que hay algunos que se sienten raros cuando los sacan de esos espacios de confort.

Después, al entrar y romper ese mismo silencio con sus palabras y, tras escuchar la presentación por parte de Rafa Rodriguez, el 25% de Verlanga, Jabo dio un sorbo a su cerveza, agarró el micro y empezó contando este encuentro en el baño tan extraordinario que se podría catalogar como fantástico, de no ser porque servidor corrobora que fue así como lo dijo él en la biblioteca de Las Naves. Y contó sus inicios, hablando poco de ese libro que vendrá. Y dijo que era lector empedernido de periódicos, con memoria fotográfica para las palabras. Y que de casta le venía al galgo, con un abuelo marinero que, al pisar tierra, era cronista local de Sanxenxo, que fue quien le chivó la vacante para escribir en el Diario de Pontevedra. Y de las crónicas serias, desde otro punto de vista. Y de las crónicas balompédicas, no tan serias y más divertidas, haciendo épica cualquier trote. Y el escribir, que es casi como vivir. Y las ganas de quedarnos con más, aunque sea con cervezas y arroz en una mesa. Pero el show debía continuar. Y cumplir el horario. Y en esas nos fuimos a seguir la ruta, siendo parte del discurso, de manera involuntaria de Jabois. Pero parte al fin y al cabo.

Ya ven, todo gracias al 100% de Verlanga, Eva, Miguel Ángel, Diego y Rafa, que se montaron esta locura tan molona que llamaron InCulturaFest.

domingo, 10 de abril de 2016

Nosotros no nos mataremos con pistolas.

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Sentía cierto cosquilleo de nerviosismo por ver la puesta en escena de Nosotros no nos mataremos con pistolas, uno de los pelotazos valencianos en lo que a obras teatrales se refiere, bien rodado y con excelente reputación. No soy muy asiduo de las butacas en general, ni de cine ni de teatro. Por estúpida pereza, he de decir. De hecho, muchas veces considero más interesante el esqueleto de la escena y deambular entre bambalinas, con sus hombros, sus nudos corredizos y su sistema de manejo de contrapesos adaptado de la navegación que la propia escena. Pero en este caso no había excusa posible. Podía ir a pie cubriendo un ligero trayecto o bailando, mientras salto de baldosa en baldosa. E iba con ganas. Con muchas. Tantas que me daba miedo. ¿Y si no cubre mis expectativas? ¿Y si estoy predispuesto a un atracón teatral y salgo como si hubiera salido de un mal restaurante minimalista? Pues esas expectativas se cubrieron. Vaya que si lo hicieron. Son cerca de dos horas de libreto, con un trabajo por parte de los actores que solo se puede catalogar como excelente. Y probablemente esta sea una de las más tardías escrituras con respecto a esta premiada obra, pero es una manera como cualquier otra de expresar agradecimiento. Como estrecharle la mano a Román, uno de los actores, al acabar y felicitarlo sinceramente. O ser el único que, en pie, aplaudió al finalizar la función. Desde detrás. Sin provocar levantamientos de culo solidarios que taparan diferentes criterios. Sinceridad. Y emoción. Nada más.

Nosotros no somos Friends. Nuestra generación está perfectamente reflejada aquí. Con sus alegrías y sus miserias. No acabadas de mostrar del todo. O sí las alegrías, magnificadas como un movimiento de parchís. Matando una y contando veinte, mientras las miserias se esconden en palabras vacías de falsa satisfacción. Y todos dibujados por estos cinco protagonistas, más el recuerdo de una sexta, ausente en escena, pero nexo de unión, o motivo de ruptura, entre ellos. Una cama redonda, más de sentimientos que de sexo. Aunque sexo hay, pero no quizá el que esperas. Y no en escena, más allá de los besos y algún magreo propio de nosotros. Aquellos que nacimos para hacer de todo y que caímos como casi todos. Solidarios con los de lejos, pero incapaces con el amigo. Y dentro de un entorno de fiesta de pueblo, la Virgen del Carmen en cualquier lugar indeterminado. Pero que podría ser cualquier otra fecha, como Santa Ana en Albal o Sant Pere en Les Barraques. Amparito Roca nunca sonó tan tétrica ni provocó tanto escalofrío.

Y drogas. Y risas. Y llantos. Y la vida que llega. Y la vida que se fue. Y volver a casa porque se acabó el amor en el extranjero. Y no saber como decirte que voy armado con palabras, pero nunca quise herirte. Que me gusta cuando llegas, aunque tenga que esperarte, que es lo que canta Tortel para ellos. Y para nosotros. Y que es un resumen maravilloso.

Y que tienen que verla. Por supuesto. Porque hay que vivir con los demonios de uno. Pero vivir. Sin suicidarse, pero vivir.

Porque nos han calado. Y ahora ya no hay vuelta atrás.