martes, 29 de noviembre de 2011

Nueve Tragos con Ariel

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En esta vida es cuestión de elegir. Puedes decidir cenar comida rápida de franquicia o disfrutar de una buena mesa y mejor mantel en Vuelve Carolina, por ejemplo. Puedes celebrar las victorias propias, o derrotas de tu enemigo, con alguna absurda combinación de especias y colores con alcohol, o dar buena cuenta y deleitar a tus papilas gustativas con un Isla de Jura, sin hielo, por supuesto. Y puedes salir de noche a cualquiera de los locales abiertos en la ciudad del Turia de sonido repetitivo y ritmo gaga, o puedes dejarte caer por un lugar lleno de historia, con rincones a la gran música que estuvo allí un día y no se marchará jamás, donde el saber hacer y profesionalidad de sus gentes te hacen sentir como en casa. Es decir, puedes salir, beber, el rollo de siempre o puedes ir al Nueve Tragos.
El Nueve tiene un encanto especial. Te reciben sus luces de neón y un coche de choque, de esos de la feria, del que luego averiguas su historia y te deja con la boca abierta. Perdón. Antes de las luces y el coche, primero te recibe el boss, el barman, el alma mater del local, Andrés Albert, don Andrés, un tipo con una bendita locura por la música de verdad, con gusto por el cine de antes, el buen vino, amigo de sus amigos y que destila rocanrol por todos los poros de su piel, al que un buen día se le ocurrió hacer de todo aquello, que bien podría ser su habitación adolescente, un local. Puedes darte una vuelta por sus paredes y ver fotos, algunas tatuadas con rubrica, de gentes como Carlos Segarra, Jaime Stinus, Burning, Jaime Urrutia o Carlos Tarque. Puedes ver el particular y personalísimo muro de la fama y reconocer a Leiva, Bunbury, o Igor Paskual, entre muchos más. Puedes pasar, de camino al fondo a la derecha, por la Plaza Elvis, con discos de oro de El Rey y un busto de la bella Marilyn, mientras Humphrey Bogart te vigila de cerca, flanqueado por dos hombres y un destino. Puedes imaginar que al espíritu de Dino alguien le ha chivado que hay un local con encanto en la tierra de las flores, de la luz y del amor y está comiéndole la oreja a una bella corista en este mismo momento. Y sigues paseando por sus paredes y ves chaquetas enmarcadas, un par, recuerdo. Una de ellas de Loquillo, que por algo es su sede oficial y está omnipresente en muros, imágenes y sonidos, aunque igual eso ya lo habías deducido por el nombre del local. Y si no era así, te lo digo. Nueve Tragos es la sede oficial en Valencia de Loquillo, lugar de reunión y encuentro de todos aquellos que alguna vez hemos vibrado o creado un pedacito de nuestra historia vital a ritmo de sus canciones.
Y como punto de ensamblaje entre el rock español y sus consumidores, esos que están fuera de las modas y que saben beber de las fuentes, algunas de ellas colgadas de la pared del local que te hablo, al bueno de Andrés no se le ocurre otra cosa que provocar a nuestros culos a salir y pasar noches o tardes en el Nueve. Bien con las meriendas y fiestas para pequeños rockeros, con la magia, con la emoción del balón valencianista o con conciertos íntimos llenos de delicatessen, savoir faire y soberbio catering. Y dentro de estos, ayer fue Igor Paskual y hoy es Ariel Rot.
No voy a definir a estas alturas quién es el señor Rot, creo que ser parte de dos de las mejores bandas de rock español que han viajado por el tiempo, como Tequila y Los Rodríguez, es más que suficiente, así que la ocasión merecía la pena. Amigos que te reciben con un abrazo y un gracias sincero, son más que suficientes. Una visita rápida para ver el montaje, sin las habituales mesas donde hemos pasado horas hablando con la Dama de Elda y Madame Blues acerca de historias del rock, y una cena rápida en el Yesterday, con buen vino y mejor atención por parte de sus dueños, son el prólogo perfecto para disfrutar de una leyenda viva y activa por mucho tiempo. Vemos la vida color de rosa echando 20 centavos en la ranura y empezamos a disfrutar.
Ariel viene a pelo, es decir, sin acompañamiento musical ni vocal. Lo flanquean dos guitarras, más la que tiene en la mano, y un teclado que seguro que a lo largo de la noche irán adquiriendo su debido protagonismo. Me sitúo en un lateral del escenario y asisto a una imagen que haría la delicia de una photo rock shooter como mi amiga María Bittersweet: Ariel Rot cobra vida desde el primer acorde, mientras impertérrito e inexpresivo, un Calamaro congelado en una foto asiste sin reacción alguna.
Van cayendo los temas, tienes el inexacto listado más abajo, cazado al vuelo como las primeras ediciones de la lista de premios del Sorteo de Navidad, mientras sonrío al pensar la suerte que tengo. El tipo que me ha acompañado por la carretera en mis viajes con destino a lugares mejores con su En directo mucho mejor está a escasos cinco metros, para mí y un centenar de personas, sin ningún atisbo ni mueca de estrella. El señor que sienta cátedra musical, con otro grande como Jaime Urrutia, una tarde a la semana por la radio, está haciendo un repaso a su reciente carrera en solitario. Y yo, en ese momento justo cuando cambia de guitarra y le canta a Felicidad, me acerco a la barra para que Sheila, que no acusa el cansancio y la rapidez con la que dejó esta misma tarde, y en tiempo record, de ser una peluquera para convertirse en una pin-up con los labios rojos como el fuego y sonrisa preciosa, me sirva una cerveza que me refresque al tomar mis primeras notas jeroglíficas apoyado junto al tirador.
Veo algunos flashes y me evado ligeramente de la música para ver las caras de la gente. Denotan satisfacción, nadie sale a fumar, buena señal para el artista. Cualquier hombre puede llegar a ser feliz con una mujer, con tal que no la ame, cita Ariel citando a Wilde. Buena introducción para que Te busqué y Sin saber que decir nos den paso a una bella canción, inédita pero cantada varias veces, La huesuda, a mil años luz de aquella flaca de jarabe.
Los seis grados de separación aparecen a la segunda cerveza, con Juani de Jérica, amiga común de familia mientras en la mesa desfilaban los millones del As de corazones, eso que nadie, incluido el propio Ariel, quiere que le pase a Andrés con su casa. El piano entra en escena, calentando los dedos con I will survive, pocas notas, no creas que nos va a dar esa rareza, para darle a los dedos con Una casa con tres balcones y Pólvora mojada. Nos estrena con la acústica un foxtrot, del que no pillo el nombre porque la diversión en la charla con Juani me distrae divinamente. Manos expertas y la versión tango de Hace calor dan paso a la presencia entre las manos de la última guitarra que falta por entrar en escena, heredera de las que tocó Chuck Berry, para afinarla con Una canción para La Magdalena de Sabina y lucirse con la divertida e italianesca Confesiones de un comedor de pizza, para después rendir homenaje a la Castellana y su bruma. El maestro nos despide con su Milonga a la que cerramos con una gran ovación y las ganas de más, quizá un baile de ilusiones que se quedará en eso, en un deseo pero con la satisfacción de haber vivido una bonita noche y poder compartir unos minutos con una parte importante del rock en español. Gracias Charly Garcia, gracias Rolling Stones, gracias Sergio Makaroff, gracias a todos aquellos que hacen de Ariel Rot un gran artista. Y gracias a todos los Andrés de este país, que luchan por el rock desde su trinchera y por sus clientes, que son más que amigos para ellos.

Ariel Rot. Nueve Tragos, Valencia, 24 de noviembre de 2011

ECHE 20 CENTAVOS EN LA RANURA
HISTORIA INCOMPLETA
ESPÍRITU DE VERTIGO
ADIÓS MUNDO CRUEL
FELICIDAD
TE BUSQUÉ
SIN SABER QUE DECIR
LA HUESUDA
LOS TIPOS DUROS NO BAILAN
LO SIENTO FRANK

AS DE CORAZONES
I WILL SURVIVE (intro) UNA CASA CON TRES BALCONES
POLVORA MOJADA
FOX-TROT (ESTRENO)
MANOS EXPERTAS
HACE CALOR (versión tango)
UNA CANCION PARA LA MAGDALENA (intro)
CONFESIONES DE UN COMEDOR DE PIZZA
BRUMA EN LA CASTELLANA
MILONGA DEL MARINERO Y EL CAPITÁN

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