viernes, 21 de marzo de 2014

La primavera, a secas. Sin sangre ni nada.

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El día ya alarga. Ya lo hemos quemado todo.

Y la flor del níspero asoma tímidamente. 

Y sabemos que significa eso. 

Vienen días de grandes mesas, con queso, frutas rojas y hogaza de pan. Lecturas ligeras, de rimas asonantes y consonantes. Recordar a aquel viento con sus golondrinas, que dice que nunca son las mismas. 
Y afirmar sin rubor que el mejor blanco es un tinto, aunque sea mentira. 

Y nos lanzaremos, con la luna como cómplice, a conquistar terrenos infranqueables plagados de minas que nos dejarán marca en el corazón para siempre. 
Y nos volverán a decir que no sin abrir la boca, matándonos suavemente. 

Y el luto nos durará lo que se tarda en ver el fondo de la botella, mientras pensamos en aquello de la belleza de su sonrisa, abrazando camas de contrabando y reloj, vendiendo el alma por dos rodillas separadas. 

Pero seguiremos vivos, que es lo que nos dicen los latidos, las taquicardias y las lágrimas que nos caerán para apagar el fuego de una condenada vez.

Y todas las canciones hablaran de ti. De nosotros. Pero, que diablos. No somos alemanes. Somos de pasión, de sobrevivir a la resaca con un Bloody Mary o con un whisky directamente, que la historia la escriben los valientes, que nadie dijo miedo todavía, y que, cuando no nos pasen estas cosas, siempre nos queda el comodín de saltarnos la tapa de los sesos con una escopeta, como el tito Ernesto.
Maldita primavera, aunque no me creas, te he echado bastante de menos.

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