viernes, 1 de marzo de 2019

Ranieri, Benítez, la paciencia y la Copa de los niños.

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Esta mañana, mientras me lavaba los dientes, pensaba en que escribirles hoy aquí. Es la suerte de ser editor de tu blog, que puedes publicar cinco minutos antes de salir al aire. Cuando colaboraba en Plaza Deportiva, con Vicente Fuster y Héctor Gómez, (¡que bonito es llorar cuando es de alegría!) estas letras tenían que estar en el buzón antes de las 9 de la tarde, 8 como mucho si Vicente tenía pachanga. Ahora, en noches como las de ayer, uno puede trasnochar, abrir otra botella de vino, enviar mensajes a amigos para que comiencen las gestiones para la compra de entradas o recibir felicitaciones de la Sevilla que no es verdiblanca, mientras toma nota y recibe sensaciones con las que plasmar después algo decente hilvanando palabras. Pues con todo, me acordé de Ranieri.

A Ranieri lo han despedido esta semana del Fulham, que anda como pollo sin cabeza por esa Premier millonaria que puede, dicen, pagar 15 kilos por un jugador de Segunda española que tiene hechuras pero no certezas. Ranieri, decía, que hizo campeón al Leicester, obrando el milagro y que, en su primera etapa en Valencia, logró la Copa del 99 y la clasificación para Champions, como todos saben. Ese Ranieri que parecía más fuera que dentro en aquel partido de Anoeta, sin celebrar el gol de Mendieta que fue un punto de inflexión para evitar su cese y subir como la espuma, previo paso por el mercado de invierno y cambiar a Romário por un rumano llamado Ilie. Aquella reacción fue el germen de lo que vino después, con la Intertoto, la Copa de la Cartuja y todo lo posterior que ustedes saben de memoria. Ya ven, salvando pelota de partido. Como Benitez en su día. O como le ha pasado a Marcelino.

Anoche se coreaba a Marcelino. Como a otros muchos. A Parejo, tirado tantas y tantas veces a los caballos porque al valencianismo le gusta el trabajo y no la especulación, también. Y, probablemente, ambos lloraron. Como otros muchos en la intimidad de sus casas. Pero hubo paciencia por parte de Mateu Alemany. Y la jugada salió bien. Como casi siempre en estos casos. Tanto que se ha abogado por implantar modelo británico y plenipotenciario con un manager que controle todo pensando en el largo plazo y, por poco, se va todo al garete. Por las prisas, por la extraordinaria temporada anterior y por no decir las verdades del barquero desde la dirección del club. Y, a pesar de todo, prepárense para que los que querían la continuidad saquen pecho. Da igual. A toro pasado es fácil sacar pecho ahora. Lo bien cierto es que las dudas eran más que razonables. Y muchos, en esto de la opinión, se sitúan en el lado contrario solo al ver quien está delante.

Ya se tiene la final. Para los hijos de F., el que está detrás de @Lobovcf. Y para todos los que querían que hubiese una final que minimizara el impacto que tiene entre la chavalada el Madrid, Ronaldo, el Barça y Messi. Que se hacen de esos equipos porque ganan. Que es casi el mismo motivo por el que quieren la final de Copa. Por ganarla. Lícito. Pero intenten menos conexiones con medios nacionales. Provoquen el consumir medios de comunicación locales. Llévenlos a la radio a ver a Paco Lloret, Gustavo Clemente, Roberto Ferriol o Héctor Gómez. O al periódico a ver a Cayetano Ros, Vicent Chilet, Carlos Bosch o Lourdes Martí. O a las teles, con Mª José Berbegall, Vicent Sempere, Nacho Cotino y todos aquellos que narran y cuentan sobre esta aldea poblada por irreductibles galos que quiere resistir, ahora y siempre, al invasor. Aunque a veces vuelen los cuchillos.

Ya está. Acabó febrero, que era temido por todo. Punto y aparte. A ganar partidos y estar lo más cerca posible de la cuarta plaza. Es lo que se quiere ahora. Lo que se necesita. Marcelino ya lo sabe. Y los jugadores saben que todos juntos pueden. Que no lo olviden. Que esa camiseta que llevan cumple cien años y porta millones de ilusiones. Si a la plantilla les puso los pelos de punta lo de anoche, con más resultados, sentirán siempre el calor de la afición hasta el final de sus días. Que se fijen en el espejo de Waldo. Va por usted, Negro.

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