viernes, 6 de julio de 2018

Los pequeños centenarios dentro del Centenario.

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Yo empecé a ir al Luis Casanova a principios de los 80. No sabría decirles si fue antes o después del Mundial de España. Probablemente sería después, porqué por allí andaba yo, todo digno, diciendo a todos que era de la Real Sociedad. Por Arconada, claro. Pero mi tío sabía que, tarde o temprano, iba a caer en el valencianismo. Y así fue, desde el mirar de reojo a los que pelean por bajar, coleccionando los programas de cada partido y anotando el momento del gol valencianista en esa revista, mientras toda la grada celebraba. De hecho, todavía recuerdo a una mujer sonreír sorprendida porque, cuando todo el mundo celebraba el gol, yo me apresuraba a apuntar el goleador y el minuto en el que se marcaba. Después vino el coqueteo con el descenso, Tendillo y su gol, el partido contra el Hércules que fue de Kempes, diluviando, que fue la única vez que vino mi padre con nosotros, el descenso, la Segunda con Quique y Subirats de sobrados, Botubot volviendo con el Xerez, el hermanamiento con el Logroñés, las botas de vino riojanas, los partidos de Copa con termos de café, o carajillo, que bebían los mayores, el Mestalla después del partido de las cinco, a los que veíamos media parte, el Valencia saliendo después del rival, sonando el pasodoble y las tracas. Básicamente, y en párrafo corto, eso es el Valencia en mi memoria. Porque ganar la Copa o perderla en un minuto, eso ya lo dirán los demás.

Pero ese es solo mi Valencia. El que yo recuerdo. Más o menos idealizado. Pero usted tendrá el suyo propio, con sus momentos, con sus vivencias. Y quizá era de Claramunt. O recuerda a Penev como primer gran ídolo y espejo en el que mirarse. Pero ni el suyo, ni el del panadero Lahuerta, del que ha salido ese libro con nombre de balada y bar, ni el de aquel que ahora tiene quince camisetas del Valencia CF por cada año cumplido, es más bueno o menos, es mejor o peor. Es, simplemente el suyo. Maneras de vivir el valencianismo, citando a Rosendo.

Porque el recuerdo viene marcado por el momento en el que se cuenta por parte de los que quedan. Mirando la historia, sí. Pero la comparativa esta viciada entre lo que has visto y lo que te han contado o leído. ¿Qué gol fue más importante, el de Forment o el de Tendillo? Pues depende para quien. Seguro que es injusto comparar a Monzó con Albelda, por ejemplo, aunque sobre el papel, por cercano en el tiempo, tenga más espacio el de Pobla Llarga que el capitán del Valencia de los cuarenta, el bronco y copero, con cinco títulos y siete subcampeonatos. Ahí es nada. Y siempre se tiende a comparar lo pasado con lo actual, cuando la única posición en el campo que menos ha cambiado es la de portero, y ni aún así.

El Centenario es algo que no vamos a volver a vivir los que estamos aquí ahora. Es de todos. De los del pantalón blanco y de los del pantalón negro. De los del Fecé y del Club de Fútbol. De los del Piojo y los de Arias. De los de la canción de Bombai y los de la canción de Seguridad Social. Todos somos pequeños trozos del mosaico de este bicharraco del que no entendemos la vida sin él.

Por eso, tomo prestada esta reflexión de @jamacuco, que es la mejor manera de cerrar esta columna: «En este año de celebración del Centenario del Valencia CF sólo pediría una cosa al valencianismo: que disfrute. Recordemos nuestro pasado, nuestra gente, nuestras historias... No hemos sido perfectos, ni lo seremos. Pero somos nosotros y nos debe servir para unirnos y crecer».

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