viernes, 8 de diciembre de 2017

Suárez de la vida, actores del balón.

blogger widgets


Andamos a vueltas en este rincón con el apellido Suárez. Si la semana pasada lo mentábamos para hablar del delantero uruguayo del Barcelona, en esta es casi irremediable hablar del también uruguayo y defensa del Getafe, de nombre Damián. Él personificó las artes del Getafe, con tres trofeos internacionales en sus vitrinas y más de 200 millones de presupuesto en plantilla, que se dedicó a defenderse como gato panza arriba ante una expulsión delante de un equipo que venía con unos números que asustan a cualquiera. Que ordinariez, pensaron algunos. Y no, la verdad es que no. Es fútbol, queramos o no.

El ser joven implica ser bisoño y, algunas veces, pecar de bueno. Y Damián Suárez, jornalero del balón, que diría José María García, sabe hacer bien pocas cosas, pero defender cuando la tiene de cara es una de ellas. Yo he visto al mismo jugador ser un verdadero colador en Mestalla sin saber por donde le venían. Así que es una cuestión de oficio y, porque no decirlo, de permisividad del árbitro y sus asistentes. Pero hay que ir más allá. Hay que creerse esto de jugar a fútbol y que llegarán momentos en los que se rayará la legalidad lo justo y necesario sin salirse de ella. Y este otro fútbol, el subterráneo, el que no es ejemplo para los niños, es el que ha de mejorar el Valencia. Recuerdo un enfrentamiento Boca-Real Madrid, -podría ser la Intercontinental de 2000, pero no me atrevo a asegurarlo- en el que Figo se encaraba con el Chicho Serna, un pequeño macanudo mediocentro colombiano, buscando provocar con el manido hijo de aquello tras un lance del juego en el que se encontraron. El portugués pensaría que mentando a la madre del colombiano provocaría agresión para beneficiar a su equipo. Y el Chicho, ni corto ni perezoso le espetó un «Sí, ¿y qué?» y se siguió jugando, con el bueno de Luis en estado de shock por la respuesta. No recuerdo si después de ello, Figo se borró del partido. Probablemente sí. Y en este tipo de lances, como los que tuvo Damián con Parejo, Gayá o Mina al final, no hay mayor desprecio que el no tener aprecio. Cierto pasotismo, el no entrar al trapo ante las provocaciones, meter tres caños efectivos y llevarse los tres puntos del Coliseum. De lo contrario, te vas caliente a casa y sin nada.
Porque esto de ponerse la camiseta del Valencia este año no sale barato. Llegas invicto a Getafe y no puedes pretender que te reciban como Villar del Río a los americanos en «Bienvenido Mister Marshall». No, te van a recibir duro y fuerte, como un equipo grande, que tiene portadas que ellos no tienen y que se quieren ganar por eso mismo, por ser los primeros que tumban a uno de los tres invictos de La Liga. Y con esas jugaron, con sus cartas. Como hace el Valencia cuando tiene delante a Balones de Oro y campeones de todo. De peces grandes y chicos. De amor propio contra cartera más o menos solvente. De esto se trata.

Y luego podemos ahondar en otro debate, la facilidad con la que se cae al suelo en esto del fútbol moderno. Dudo y me temo que en esto del fútbol ultratelevisado, con cámaras en todos los lados del campo y superlentas que detectan hasta el más mínimo detalle, la actuación de todos los actores del balón va a ir a más. Que lejos quedarán aquellos partidos de Primera donde tres eran tres los árbitros y si tenías la picaresca, o mala leche, de arrearle un codazo al rival tenía que ser a espaldas del árbitro o sus colegas. Ya podías, con razón o sin ella, dar treinta vueltas por el suelo o moverte por el césped como un besugo recién pescado que, de normal, con eso te ibas a quedar. Siempre recuerdo la anécdota que nos contó el ya fallecido árbitro Bayarri Ribelles en el curso de entrenadores, cuando uno de los árbitros de campanillas de la época, quizá Guruceta, se acercó a él en Bilbao al ver a un jugador en el suelo, con el fin que le enmendara la plana. «-¿Qué has visto? - Lo mismo que tu, fenómeno.» Pues imaginen ahora con el futuro que viene, llamado VAR, que va a permitir que el mínimo toque pueda parecer una zancadilla en toda regla, un golpear de tacos en la espinillera, cuando solo el viento y un ligero toque provocaron la tala de cualquier recio delantero. Ahí es donde veo yo el problema de VAR, aunque seguro que eso no será así y solo se usará para lo que dicen, goles, penaltis, confusión de jugadores y tarjetas rojas. Aquí estará el quid de la cuestión. Saber si a los mentirosos se les sancionará.

Y hablando de mentirosos, una última cosa de propina. Todos los periodistas deportivos que hablan bien del Valencia fuera de aquí, no se lo creen. Puede que haya honrosas excepciones más allá de Rubén Uría, que dignifica la profesión, pero todos los demás, mienten. No les den pábulo. No retuiteen. No compartan, por muy burra que sea la cosa. Silencio. Eso es lo que les descoloca. Ganarán tiempo y salud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario