viernes, 15 de diciembre de 2017

Huérfanos de Zaza, ¿huérfanos de raza?

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Vivimos una semana en la que se va a presentar la batalla futbolística del fin de semana con una novedad respecto a las anteriores jornadas de esta temporada de vino y rosas. En todas ellas, la presencia de Simone Zaza era una de las cartas de presentación que el equipo de Marcelino y Uría mostraba a las pizarras rivales. Tan solo aquel pequeño tirón de orejas en el derbi local frente al Levante privó al espectador neutral y al aficionado pasional del italiano en el once inicial. Pero esta semana no. Esta semana, el novio de Chiara tendrá que soltar su ímpetu gritándole a la tele, mientras sigue las andanzas de sus colegas de equipo en Eibar. Cumple ciclo de amonestaciones el nuevo héroe valencianista. Uno di noi. Con cifras goleadoras con marchamo de mito. Y si nunca es bueno no tener a tu goleador, la visita a Ipurúa tiene pinta de ser una de esas en las que, a priori, Zaza se iba a sentir como pez en el agua. Campo pequeño, mucho balón largo, cuerpo a cuerpo. Partido de los difíciles. Pero conviene no engañarnos. La derrota de Getafe y el casi empate en casa contra el Celta marcan cual va a ser el camino que se va a encontrar el Valencia desde ya hasta que termine la liga. Nadie les va a regalar nada. Todos los equipos van a querer ganar al Valencia. Como quieren hacerlo con el Atleti. Y, por supuesto, como quieren hacerlo con Barça y Madrid. Pero valencianistas y colchoneros son más accesibles. Más terrenales, si quieren. Por aquello de sus plantillas y sus jugadores franquicia, los dos transatlánticos del fútbol europeo son menos proclives al despeine por aquello que las individualidades deciden. Puede un tipo de los de esa plantilla estar ochenta minutos mirándose al espejo o a las musarañas, que en menos de diez te mete dos arrancadas y un par de goles por la escuadra y a otra cosa, mariposa.

Pero con Atleti y Valencia es diferente. Quizá Sevilla también sufra de este mal. Clase media aupada a la zona noble. Con descensos relativamente recientes incluso, son mirados con esa envidia y esas ganas de fastidiar a quien saca pecho a base de trabajo y trofeos. Fastidiar deportivamente, claro. Como aquella fábula del pastor que quiere que se mueran las cabras del vecino antes que tener él más. Y por eso van a por ellos. Para zarandear la silla y hacerlos caer. Por este motivo, desde ya, al hacer bien las cosas durante la semana, se le va a tener que añadir ese plus de intensidad exigido del que sabe que no le van a regalar nada. Jugar con raza. Como Zaza. Con esa intensidad que enamora a las cámaras. Que saca una sonrisa de un recogepelotas rival al ser pillado por la chiquillada propia del chaval que araña un segundo, o diez, para ayudar a su equipo. Esa raza del que juega a un suspiro de romperse en mil pedazos y juega como si mañana fuese el fin del mundo. Ese menisco como modo de vida.

Pero todo esto no es malo. La ausencia de Zaza, como antes lo han sido las de Murillo o Garay, van a demostrar el fondo de esta plantilla. Van a definir, quizá, si Mina es algo más que un letal revulsivo. Van a definir si tener cara de buen chico está reñido o no con hacerse respetar como se debe hacer respetar el capitán del Valencia. Y hablo de los dos, Parejo y Rodrigo, que han de ser el espejo en el que los Lato, Soler, Kondogbia, Andreas y Ferran han de mirar y medir hasta cuando y porqué es importante que el Valencia sea respetado en los campos. Ojo, no hablo de ser favorecidos. Hablo de ser respetados. Hablo de mirar antes al escudo que a la edad por parte de todos. Hablo de hacer entender mañana y todos los demás días de competición que si un jugador tiene veinte años y lleva el escudo del Valencia en el pecho es porque se lo ha ganado. Que regalar cargos o titularidades son cosas ya del pasado. Y a ese pasado no nos gustaría volver jamás.

Así que, la oportunidad la pintan calva, plantilla. Demuestren que, sin Zaza, no estamos huérfanos de raza.

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