martes, 13 de noviembre de 2018

Loquillo. 9 de noviembre. Plaza de Toros.

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Fa vint anys que tinc vint anys.
Vint anys i encara tinc força,
i no tinc l'ànima morta,
i em sento bullir la sang.

Las estrofas de arriba, que canta Serrat con ese ritmo casi poético, sirven para resumir, si se puede, el sentimiento de todos y cada uno de los que llenamos la Plaza de Toros de Valencia el viernes 9 de noviembre. Nos hemos enamorado, reído, llorado, despedido de amigos que marcharon demasiado pronto o despertado con tremendas resacas teniendo como banda sonora cualquiera de las muchas canciones que Loquillo y sus socios se han sacado de la chistera. 
Y a eso íbamos. A recordar cuando fuimos los mejores y no teníamos mayor preocupación que llevar impoluto el pelo y el cuello de la camisa de manera correcta y pagar las deudas de amor con la mejor de nuestras torpes sonrisas. A tener el dinero justo para decidir si pagar esa copa que separa la diversión del exceso. A que nos duela todo el cuerpo mañana. A despertarnos con una sonrisa, mientras atrona un dolor punzante en nuestra cabeza y suena, al mismo tiempo, "Rock and Roll Star".

Plaza de Toros. 9 de noviembre. Arriesgado escenario por el otoño volátil tan traicionero que sufrimos al este de la península que un día te da vermú en terraza y otro lluvia hasta los talones. Pero quien no se arriesga, no se divierte. El tiempo no lo impide y, con permiso de la autoridad, tiramos de transporte público para atrenizar con tiempo suficiente en el coso de la calle Xàtiva donde una hora antes de abrir las puertas ya hay colas. Se mezclan chicos raros a los que vuestras madres miran mal mientras los imaginan más formales con tiendas de campaña de fans de Malú. Toca al día siguiente, y no seré yo quien frivolice sobre esas tiendas, cuando he pernoctado igual por unas entradas de fútbol o plantarme a las siete en primera fila para una actuación que comenzaba a las once. La juventud sigue viva y tan solo es cuestión de motivación. Pero eso es otro debate. Aquí hemos venido a rockear. Por lo tanto, nos zampamos unas hamburguesas rápidas y calóricas y a la grada. Cerca de la barra. Porque el rock da sed.

La elección de espacio nos pone a mitad de la cancha. Si el escenario es la hipotética portería, nosotros cantaremos gol desde el flanco izquierdo de la grada. Calentamos con tragos de cerveza mientras vemos actuar a Nat Simons que es una verdadera maravilla que merece la pena escuchar con calma. Sigue teniendo Loquillo la habilidad de descubrir talento y la versión de "Cruzando el paraíso" con la que nos deleitarán me recordó a cualquier fotograma de 'Ha nacido una estrella' de Cooper y Lady Gaga, salvo que el cantante de El Clot sigue estando arriba.

Pero volvamos al principio. Acojonante escenario y montaje. Con tres pantallones, dos laterales para seguir el concierto y uno detrás de Laurent Castagnet, baterista, donde se sucedían diferentes imágenes escogidas, supongo, con mimo para dotar de más fuerza a todas las canciones del concierto. Solo contar, para no destripar el repertorio, que salen con "Rock and Roll actitud", que es uno de los mejores arranques de concierto que uno puede hacer para entrar arreando a porta gayola. Que para eso estamos en una plaza de toros. La banda se sabe guapa a rabiar y se les ve con ganas de dejarse la piel. Y la plaza latió como si fuera la puta Bombonera del barrio de la Boca. Nos acordamos de los ausentes, como Johnny Hallyday, presente en la pantalla gigante en la antes mencionada "Cruzando el paraíso". Recordamos estibadores y la vida de antes. Soñamos con la Movida. Revivimos la Transición y sus matices de colores. Vimos encestar a Solozábal, Jimix y Epi otra vez. 

Se nos puso la carne de gallina con el acústico de "Brillar y brillar". Nuestros corazones se transformaron en acordeones de la mano de Lucas Albaladejo, teclista superlativo. Cantamos estrofas de boleros, incluso ritmos de Depeche Mode y T-Rex para entre bailes, vídeos y abrazos de euforia celebrar la aparición de aquella que no necesita más que la carne de los muertos. Todas gritaron a la falda de Igor Paskual y sus piernas, que lleva camino de convertir "El rey del glam" en el nuevo "Las chicas del Roxy". Alfonso Alcalá nos demostró la rabia de un bajo antes de enloquecer solo a su contacto. Y Josu García y Mario Cobo son hachas afiladas, complementarias entre sí cuando se precisa lo duro y lo clásico del rock.

Las tocaron todas, por supuesto. Las de Sabino, las suyas, las tuyas, las nuestras. Por lo que si eres de los que ha vivido su época anterior, no te decepcionará. Loquillo muestra el repertorio de cuarenta años con sus altos y sus bajos, con sus luces y sus sombras. Sigue teniendo una banda de rock and roll. Son los Siete Magníficos, quizá por ahí venga su intro musical. O quizá no. Pero lo que si es seguro es que es Rock and Roll actitud y hemos tenido suerte de llegarlo a conocer. 

El concierto de Valencia quedará para nuestros corazones. Puede que, cuando ya no podamos bailar, en el final de los días, nos preguntemos ¿Dónde estabas tú el nueve del once? Aquel día de 2018 donde dijimos adiós con lagrimas en los ojos al Nueve Tragos, por amor.

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