jueves, 11 de diciembre de 2025

Hasta siempre, siempre, Robe

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Más de veinticuatro horas han pasado. Y, la verdad, es que la cosa no mejora. Ese vacío que deja la marcha de Robe, conocida cuando el día de ayer, miércoles, 10 de diciembre, se desperazaba y juntaba sus piezas de puzle diario de sol de invierno, brisa y hojas en el suelo, es enorme. 

Ayer fue un día de radio. De mucha. Es la protagonista en casa de la charla individual, de la compañía, del duelo. La tele yace, de cuerpo presente, en el centro del salón. Pero ese obituario es otra historia. Muchas voces, muchos puntos de vista que son el mismo. Robe Iniesta, con y sin Extremoduro, nos ha marcado a todos. Y en estos tiempos en los que la accesibilidad es, a la vez, tan fácil y tan difícil, desde la oficina de Robe lo sabían. Quiero imaginar, relleno de nostalgia retro, muchas sacas con cartas de agradecimiento a Robe por contar lo que nos estaba pasando en cualquier momento de nuestras vidas. Porque era eso mismo. Era nuestro juglar, nuestra voz en off, desgarrada, que nos decía como nos sentíamos por el desamor, por las resacas o por cuando nos tortura su marcha tras ver su culo. 

Creo que todos los que nos dedicamos de manera más o menos continua a escribir hemos querido ser Robe. Vampirizarlo, poseerlo. Incluso en sus noches de exceso. Por aquello de ser rebeldes, malditos o, simplemente gilipollas juveniles. Cuando Extremoduro vivía en el lado salvaje de la vida, asistir a sus conciertos era una tómbola. Nunca sabías que te podía tocar. Más de una vez pegó la espantada. Más de una vez hizo conciertos memorables. Esos conciertos eran una fiesta. Éramos superheroes salvando a doncellas en apuros. O, por lo menos, eso hice yo, sacando a E. casi desmayada de un bolo de aquellos. Éramos insolencia y pelos largos, aunque, en realidad, lo que queríamos era susurrar esos versos a la chica que nos gustaba. Y, al despertar, contarle cositas al oído. Porque él, Robe, nos tenía el guión preparado. Yo mismo, en aquellos tiempos de instituto que se antojan otra vida, monté una carta declaratoria a una chica, ahora doctora, como ella quería, en la que le decía las cosas que quería decirle con estrofas de Extremoduro. Y todavía hoy, me acuerdo de ti, me cago en tus muertos. Y de su cara de verdadera emoción. Supongo que hizo bien. Ella salvando vidas y yo buscando que hacer con la mía. 

Y, a pesar de todo, hemos tenido suerte. Porque nos regaló algo que, sin querer, o sí, ha sido su última canción. Con Leiva. Que suerte la del Flaco. Estar presente con Sabina y con Iniesta. Quien sabe si habrá algo más en un cajón, una coda secreta e inesperada. Mientras esperamos y el espumillón asoma por todos los rincones de nuestras casas, será buen momento de poner el tocadiscos, clavar la aguja y dejarse llevar, a cobro revertido, sin ser, ni oír, ni dar. 

Joder, Robe. ¡Hasta siempre, siempre!