viernes, 6 de marzo de 2020

Nuestro coronavirus privado

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A todo esto, esta noche hay partido en Vitoria. Y poco, o nada, se ha hablado. El debate en la peluquería ha ido de partidos de Champions a puerta cerrada sí o no, de relativizar los riesgos por el fútbol y las Fallas y que, si acaso, cuando pase todo ya veremos. De compararse con el baloncesto. De atizar a un dueño y ensalzar al otro. Esa sensación hay. Puede que la cosa no sea grave del todo. Pero no está de más que esa nueva parafernalia de dudar de todo la guardemos en un cajón. Como dice Klopp, no entiendo de política ni de coronavirus. Y si él lleva una gorra y va mal afeitado, servidor es de pelo descuidado y, dicen, excesivamente largo. Y temo que Twitter me quite la cuenta por no haber opinado de todo sin saber de nada.

Pues con todo, cambiemos el tercio. Aunque si buscan crispación, pueden dejar de leer en este mismo instante. La foto que ilustra esta entrada es la primera que nos tomamos los tres con ese escenario detrás. Un tío y sus sobrinos. Un tío que nos llevó al fútbol desde pequeños. Primero al peludo. En la época de los 80. Cuando Kempes se asomaba al ocaso. Contestando con orgullo de chiquillo cuando preguntaban los vecinos de asiento de que equipo era, que de la Real, por Arconada. Como todos los niños. Con Serrat de lateral izquierdo y el orgullo de Arias. Del poble. Fernandista convencido sin repudiar el arroyismo. Después, cuando el peludo empezó a trasnochar, cogió el testigo el de la sonrisa pícara. Primero al Mestalla, a ver a Arroyo, que bien valía madrugar un domingo para ir a Paterna. Después a los grandes. Incluso el sobrino pequeño se sacó el pase. Luego la vida hizo cambiar las visitas quincenales a Mestalla por seguirlo desde la tele. Sin perder un ápice. Pero visitando Madrid con agua, La Cartuja, París, Milán y Madrid otra vez. Gozando hasta la afonía Goteborg, Mónaco y Sevilla por pantalla. Joder con los sobrinos, les dio fuerte el virus. No el corona. El blanco del murciélago. Blanquinegro ahora, innegociable siempre.

Ahora, con la pausa de la vida, hemos vuelto. Con los mismos rituales de antes. Los que nos enseñaron. Llegar pronto, sin prisa. Ver el ambiente. Hacer tertulia sana, comentando la semana del balón. Lo bueno y lo malo. Lo que se espera del partido de turno. El saludo educado a los nuevos vecinos, por el cambio de sitio. La Grada Joven y el sector 3-4, ya saben. Gozando ahora con Ferran como lo hicimos con Vicente, Leonardo o Penev. Añorando a Tendillo, Ayala y Quique. Solsona como vago recuerdo. Subi torero. Riendo con la victoria. Como siempre. Lamentando la derrota o el empate rival en el último minuto. Como siempre. Pero siempre relativizando. Recuerden, la cosa más importante de las menos importantes.

No nos pongan en cuarentena. No nos aíslen. Estaremos siempre del lado del escudo. Por encima de todos los que mandaron. Incluso Tuzón. A pesar de Murthy. Y seremos del entrenador que se siente en la banca hasta cinco minutos antes de que lo echen. Nos pasó con Benitez y Cúper. Y con Ayestarán y Neville, también. Somos así. Así nos lo han enseñado. El virus, supongo.

Y, a estas alturas, no lo vamos a cambiar. Que cojones. Con la foto de vida tan bonita que nos ha salido.

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