viernes, 16 de marzo de 2018

De silbidos y otras vainas.

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Foto: www.valenciacf.com

Valencia es tierra de músicos, ustedes ya lo saben. Y antaño, cuando las narraciones tenían su pausa y cierto toque literario, se oía mucho aquello de 'música de viento' cuando la parroquia mostraba su disconformidad con el juego del equipo local o cuando el entrenador hacía un cambio que no agradaba por ser conservador o por quitar al ojito derecho de la grada. Y siempre te encontrabas por tu sector a alguien, en mi caso El Calcetiner, que se levantaba airado, protestando a todo aquello que no era como él creía que debería ser el fútbol del Valencia. Uno de esos tantos sénecas con sobrepeso y escasas habilidades técnicas que forofea por ser el único papel, pero el más importante, que puede interpretar en este teatro del fútbol.

El que está en la grada va al campo a eso. A gritar. A desahogarse. A que comenten por lo bajini los vecinos de grada ante su enésimo enojo que grita tanto porque en casa su mujer no le deja decir ni mu. Y a ese necesario forofo le importa bien poco si a quien van dirigidos sus gritos es a un chaval de 25 años que tiene voluntad pero no le salen las cosas o a un veterano revientavestuarios al que se la sopla todo. El tipo ha pagado una entrada, o un pase de temporada, y si no le gusta lo que ve, se expresa como quiere. O como sabe. Y si el increpado por nuestro protagonista global convierte un gol o realiza una asistencia mágica, sentará su culo en su asiento, aguantará la retranca del vecindario y se sentirá interiormente culpable de espolear con sus gritos para mejorar el rendimiento del jugador.

En Mestalla se ha silbado a todos aquellos que han tenido una lona. Me atrevo a decir que sin excepción. Por ojeriza, por tener aburrida la cara o por cualquier otro motivo. Y si era un talento desaprovechado, más todavía. Libertad de expresión adaptada al fútbol. El público soberano. Y de los que ahora visten la zamarra, pues Parejo, Rodrigo y quizá Gayá han sentido en su cogote el viento del silbido. Incluso Guedes se ha llevado alguna ventosidad labial. Y Kondogbia también tendrá su ración. Es ley no escrita. Por eso, las palabras de André Gomes en Panenka y la reacción del personal cuando el portugués salió el miércoles al Nou Camp me parece una patochada de grada, que solo puede entenderse como un arrepentimiento instantáneo de la masa al reconocer que se ha obrado mal y con poco tacto. André es un gran futbolista. Pocos jugadores pueden elegir entre Barça o Madrid para ser traspasados. Pero la era Messi desvirtúa a cualquier jugador y lo convierte en torpe. Como torpe, o feo, era el ver jugar a cualquier otro equipo después de lo que hizo Guardiola. Por supuesto que las dos afirmaciones anteriores son tremendamente ventajistas y totalmente falsas. Pero el aficionado blaugrana vive en su particular Siglo de Oro futbolístico y el notable alto de un futbolista es insuficiente en aquel palacio. Y luego la afición mala es la del Valencia.

Por todo, lo mejor es el método Athletic. Animar desde el principio hasta el final. Y cuando el árbitro diga que es el final y la cosa no haya ido bien, ser todos el Calcetiner, con la vena hinchada como un cantaor de flamenco y soltar la soflama que le venga en gana. Tengan en cuenta que, después del trabajo previo, el fútbol no es más que un estado de ánimo. Y como decía mi abuelo, se gana más con zanahoria que con palo. Miren a Rodrigo este año, por ejemplo.

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