sábado, 5 de febrero de 2011

JUNTALETRAS. CAPÍTULO V

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Las musas van por barrios, o por temas. Aquí os dejo este juntaletras, que no es más que un ejercicio realizado a raíz de que una lectora me retara con dos palabras para hacer un relato. Este es el resultado. Ah, las palabras están en las etiquetas de la entrada. Espero que lo disfruteís:

La cosa se complicaba. Tenía la respiración agitada, gracias a la carrera que le permitía seguir haciéndolo, pero le dolía todo el cuerpo. Las manos le temblaban, apenas era capaz de controlarlas. Se sentó en el suelo mojado del callejón. Dejó la bolsa de deporte a su derecha. Buscó en los bolsillos de sus vaqueros rotos. Estaba en alguna parte esa mierda. No es lo que hacen los ladrones de guante blanco, siempre impolutos y llevándose a la chica al final, pero eso está bien para las películas. Este callejón no tenía ni la luz adecuada para encuadrar una mísera escena. Pero esto era la vida real. Con dolor real. Con sangre real. Con miedo. Tensión. Lo encontró. Se mojó las manos en un charco para intentar limpiárselas. Se secó con la camisa y untó con el dedo índice el polvo y se lo puso en la boca. Tres veces. Como los bucaneros que daban por culo a los españoles cuando España era grande, esto era su ron. A veces, tenía esos momentos de listillo de biblioteca. Era prometedor, con buenos mimbres, pero se perdió en los cestos oscuros de camino fácil y hedonismo sin fin. Una cosa llevó a otra, hasta llegar al callejón. Rebelde sin causa. Y sin nada. Ahora no tenía ni a su colega de penas. Un mal cuelgue. Y de ella, solo conservaba un vago recuerdo y una foto arrugada de aquellos tiempos que, sin ninguna duda, eran mejores. O quizá su recuerdo no era tan vago. Muchas noches se preguntaba que sería de ella. No tuvo nunca los huevos de volver a pasar por su barrio, aunque lo deseara más que la mejor de las farlopas bolivianas. Le gustaba pensar que aún lo recordaba amable, limpio, sobrio y cabal, en esas noches eternas en las que la ayudaba a memorizar los temas de Medicina y recitar de carrerilla los músculos del cuerpo humano. Aunque, en el principio del fin, la sobriedad y la amabilidad despareció de un plumazo. Haciendo malabares con su doble vida, novio encantador de día, crápula vividor de noche. Era todo perfecto, hasta que se descubrieron los hilos de la marioneta. Llegaron las discusiones, las peleas, los enfados. Incluso le llegó a golpear. No se lo perdonó en la vida. Él tampoco se perdonó a si mismo. Y ahí se acabó. Luego, la espiral. Topicazo. Noches sin fin, hasta que la vaca deja de dar leche, el cajero se traga tus tarjetas y los que antes eran tus amigos y tus amantes, te dejan de lado y te tienes que buscar la vida porque quien decía que era tu hermano del alma, tu camello, ya no te fía. Y ya no es por diversión, es por necesidad. Te has de buscar la vida. Como sea. Y buscarse la vida te lleva al callejón. O un poco antes. A la puerta de la farmacia. Rápido. Palabras, ahora sí, de cine. Quieto todo el mundo, esto es un atraco, si hacen caso, nadie saldrá herido. Pero un mal gesto del dueño de la farmacia después de coger la pasta de la caja, hace sonar dos disparos, que van a parar al pecho del pobre diablo con bata blanca y a la estantería del Frenadol. Piernas. Como Renton, mientras suena ‘Lust for life’ de Iggy. Y el callejón. El charco, la bolsa, la pistola, el miedo en la cara del farmacéutico y un marrón de los gordos. Daría su vida por regresar a los repasos de anatomía. A ayudarla a recitar de memoria los músculos. Usando como base musical las canciones chorras pop de los ochenta. Y volver a oír su sonrisa al engancharse con el músculo del cuello, ese con nombre tan largo. Sirenas. Policía. Corre Renton, corre, que te va la vida en ello. Un tropezón fatal. Al suelo. Alto, tire la pistola, gritan ellos. Se levanta despacio. Le repiten lo de la pistola. Sonríe, como solo lo hace el diablo al saber que tiene una nueva alma. Apunta. Ellos, tres disparos. Él, ninguno. Cae al suelo. Sangre en la boca. Una palabra musita. Esternocleidomastoideo.

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